Flash Gordon

Muchos recordamos, de cuando éramos pequeños, esos programas que nos amenizaban las tardes con marionetas y decorados de cartón piedra. Todo era claramente falso y lo peor es que no se intentaba disimular. Pero esta carencia en el realismo no importaba, nuestra imaginación lo hacía todo y todos esos cartones se transformaban en los más fantásticos mundos y fantasías. Algo parecido ocurre con Flash Gordon el héroe de cómic que en 1980 fue trasladado al cine de la mano de Mike Hodges. No entraré a valorar las similitudes argumentales o personales entre cómic y película ya que de lo que no se sabe es mejor no hablar y mi experiencia en el tema no va más allá de lecturas de algunas de sus historias, eso sí, repetidas una y otra vez hasta la saciedad. Así que me centraré en la película que al fin y al cabo es a lo que venimos a escribir en este blog.

Un rubiales, postizo, en plan Rocky (The Rocky Horror Picture Show) se encarga de dar vida al héroe, se trata de Sam J. Jones que junto a la sorprendetemente guerrera Dale Arden (Melody Anderson, otra que tuvo que falsear su pelo), y el Dr. Hans Zarkov (Topol) se verán en la complicada misión de salvar la Tierra de los malvados ataques de Ming, el emperador tirano interpretado por Max Von Sydow. Junto a este último aterrizan en la producción estrellas como Ornella Mutti interpretando a Aura, la hermosa hija de Ming. Princesa poseedora de una mascota llamada Fellini y provocadora del lado más libidinoso de Flash. Timothy Dalton encarnando al príncipe Barin, Brian Blessed en el papel del alado Vultan y Richard O’Brien que interpreta a una especie de Riff Raff esta vez a las órdenes del príncipe Barin. Sin embargo, nombres de semejante calibre no lograron salvar la producción de Dino DeLaurentis y la película fue más bien un desastre en cuanto a números se refiere.

Pero contrariamente, la película se ha convertido en una de esas cintas de culto que sus seguidores valoran como a un preciado tesoro. El film en cuestión no ofrece mucho más, una versión del cómic en papel pasada a celuloide, pero eso es precisamente lo que provoca admiración, el punto kitsch, grotesco o falso que proyecta la producción. El guión simple pero cargado de acción, que lleva a los protagonistas a correr múltiples aventuras en un planeta desconocido, en un mundo de paisajes falsos como un billete de treinta y cinco euros pero con unos colores que casi se podrían calificar de alucinógenos. Una ambientación que sin remedio nos remite a otra obra del productor italiano como es Barbarella. Naves con formas imposibles (la de Ming recrea una cabeza de mosca) y seres alados. Sensualidad, aunque justo es decir que la de Flash Gordon no llega a la de Barbarella y que ese punto podría haber sido bastante más explotado. En muchas escenas se da pie a ello pero sin saber muy bien el motivo siempre se acaba frenando, se queda la escena sin culminación y a nosotros nos deja con las ganas. Las seducciones de Aura a Flash, la pelea de Dale y Aura, podrían haber ido mucho más allá, incluso dar pie a una atracción mutua, insinuada si se quiere, de Dale cambiando al soso de Flash por su rival femenina o por qué no, explotar esa misma vía entre Vultan y Zarkov. En fin, muchas posibilidades desperdiciadas.

Pero bien, la historia es la que es y la película la que tenemos entre manos. Y nos gusta así, con sus aciertos y con sus fallos, con sus cursilerías y sus espectacularidades. Con sus fantasías y sus falsedades que consiguen, pretendiéndolo o no, devolvernos a esos momentos de la infancia en que todo lo veíamos posible y en los que corríamos por las calles pretendiendo ser héroes.