La caza (The Hunt)
Justo cuando crees que 2020 sólo va a traerte disgustos llega el señor Damon Lindelof y se saca de la manga una de las mayores genialidades fílmicas de lo que llevamos de siglo XXI. Si una buena dosis de humor negro, violencia y sangre a gogó en una película no solo no te asusta, sino que te parece hasta recomendable para tu salud mental en los tiempos que corren sigue leyendo, porque La caza (Craig Zobel, 2020) está hecha para ti.
A pesar de que ha llegado a nuestras salas este verano, La caza tuvo que posponer su estreno, que en principio estaba previsto para octubre del pasado año, hasta en dos ocasiones. La primera, tras dos tiroteos en distintas ciudades de EE.UU. que reavivaron el eterno debate acerca de la tenencia de armas y que provocaron su retraso hasta marzo de este año. La segunda, como podréis imaginar, debido a la pandemia mundial que sigue afectando a la cartelera aún a día de hoy. Una verdadera lástima, porque a pesar de tratarse de una producción sin aspiraciones de blockbuster, podría haber funcionado de maravilla gracias al boca a boca que habría provocado la buena sensación que deja tras su visionado.
No busques trailers, ni más fotogramas (he escogido con sumo cuidado los que acompañan esta reseña). Cuanto menos sepas sobre la trama de esta película más intensa y divertida será tu experiencia. Sólo te adelantaré que, como su título sugiere, encontraremos cazadores y presas, pero los quién, qué, cómo y dónde es mejor dejarlos en el aire para que los descubras según avance el metraje. Créeme, al igual que ocurre con One Cut of the Dead, merece la pena llegar virgen a su visionado.
Tampoco quiero adelantaros demasiado acerca de su elenco, por una parte porque ello supondría fastidiaros el primer tercio del filme, y por otro porque significaría mostraros un as que el director decidió de forma consciente, y en mi opinión, acertada, guardarse para el final.
Entonces ¿de qué podría hablaros para convenceros de que La caza es sin duda una película que no debéis perderos? Pues sin duda, en primer lugar, de su ritmo. Sus noventa minutos de duración (cada vez estoy más convencida de que los límites en el metraje obligan a un montaje más cuidado y efectivo e inciden muy positivamente en géneros como el thriller, la acción o el terror) se convierten en una carrera frenética en la que apenas tienes tiempo para coger aire. Y sin embargo, esas pocas escenas en las que el diálogo sustituye al movimiento son de tal carga de significado e invitan de tal manera a la reflexión que alejan diametralmente a este filme de ser tratado como un mero producto de entretenimiento, destinado al consumo rápido y a otra cosa mariposa, y por el contrario lo sitúan como un ejercicio de feroz crítica social.
Como fan confesa de la casquería, destacaría también los efectos especiales, que mezclan de forma brillante lo artesanal y el CGI más gamberro, pero integrado a las mil maravillas. Una verdadera delicia.
