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La forma del agua - Crítica película

Un príncipe justo, una princesa sin voz, una ciudad cercana a la costa, pero lejana a todo lo demás y el monstruo que trató de destruirlo todo en esta historia de pérdida y amor. Esos son los elementos esenciales con los que Guillermo del Toro introduce a los espectadores en su nueva película y, como bien se anuncia en su maravilloso prólogo, es un cuento con todas las letras de la palabra.

Elisa Esposito es una mujer muda que trabaja como encargada de la limpieza en un laboratorio americano durante la Guerra Fría. Un día llega al laboratorio una extraña criatura mitad anfibio mitad humana destinada a experimentos y gracias a esta llegada, surgirá una conexión muy especial entre la criatura y Elisa.

Si algo se puede sacar con claridad tras ver la filmografía del realizador mexicano es que es un hombre que ante todo adora el cine y que es difícil encasillar sus historias dentro de un género concreto ya que le gusta jugar con ellos. Esto no es sinónimo de éxito, pero se aprecia el hecho de que alguien quiera ir más allá de lo convencional. Un ejemplo de como ese trabajo puede resultar en una verdadera obra de arte es El laberinto del fauno, cinta que en lo personal considero el mejor trabajo de del Toro. Sin embargo, el film a comentar de hoy se quedaría en un muy cercano y digno segundo puesto dentro de su filmografía.

La forma del agua

Aunque todo lo que rodea a la historia tiene un claro halo de cuento fantástico, hay que hacer hincapié en que se trata de un cuento para adultos, pues el hablar de una forma tan profunda de la soledad y del sexo sin ninguna clase de tabú quizá no llegue a resultar del todo comprensible para los más pequeños. Una vez aclarada esta cuestión, se puede pasar a diseccionar debidamente la película. Porque como todo buen cuento con ingredientes fantásticos, tiene que haber cierta “magia” que le llegue al espectador, ya sea de forma visual, narrativa o ambas. Y es que en lo que a escenografía, fotografía y efectos especiales se refiere no se le puede poner ni un solo pero porque son una delicia digna de contemplar embelesado.

Por si el envoltorio de este caramelo no fuera lo suficientemente elaborado, una historia de amor entre un humano y un monstruo o criatura siempre es algo que para quien escribe estas líneas siempre consigue emocionar. Y es que en dichas historias esta clase de amor por lo general son ambas partes las que consiguen algo nuevo gracias al otro, ya sea la aceptación, el salir de un espacio opresivo o el superar un miedo muy íntimo mediante el autodescubrimiento. En el caso de esta cinta, el amor es un lenguaje universal que no entiende de palabras, y lo que ambas partes ganan al entablar una conexión afectiva es llenar un vacío que cada uno tenía en su vida y el ser tratados como iguales, aunque el mundo les haya dicho que son inferiores a lo que se considera “lo normal”. Porque a veces los humanos son los peores monstruos que existen.

Y aunque la protagonista por excelencia es Elisa, interpretada por una magnifica Sally Hawkins que saca toda la expresividad y sentimiento que puede teniendo un personaje mudo, no es el único personaje que tiene carencias y una gran sensación de soledad. A Elisa la rodean grandes amigos convertidos en secundarios de lujo. En el caso de Zelda, el personaje de Octavia Spencer encargado de sacar a la luz el humor mediante one liners, le falta la ilusión que podía tener en los primeros años de su matrimonio; y en el caso de Giles, el personaje de Richard Jenkins, es un hombre que se lamenta porque cree que lo mejor de su vida ya ha pasado y es un tiempo que no podrá recuperar. Es de agradecer que todos los personajes tengan sus miedos o motivaciones, incluido el antagonista interpretado por esa bestia que es Michael Shannon. Con un par de pinceladas en su miedo al fracaso deja de ser el villano caricaturesco que podría haber sido y se siente como una persona real.

La forma del agua

Por si todo lo anteriormente dicho es poco, se nota el amor que siente Guillermo del Toro por el cine, pues durante todas las escenas hay algún guiño a la cultura audiovisual americana en diferentes épocas, algo que para un ojo entrenado puede ser un gran añadido o para futuros revisionados de la propia película. Pero muy a mi pesar, no es un film perfecto. Solo puedo echarle en cara que haya alguna trama secundaria que no es todo lo interesante que debería, que haya algún agujero menor de guion que visto en retrospectiva pierde fuelle y que su banda sonora podría ser un poco más memorable.

Son unos pequeños fallos que para nada desmerecen el resultado final. Por mi parte, solo me queda deshacerme en halagos hacia el director mexicano por haber regalado su particular homenaje a La bella y la bestia y que todos los premios que pueda ganar por haber creado esta historia serán pocos en comparación. No en vano, sus trece nominaciones a los Óscar tienen que significar algo.

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