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Crítica de la película Burning

Tras su paso por la pasada edición del Festival de Cannes donde consiguió el premio de la prensa, un recibimiento de público discreto pero entusiasta por parte de aquellos que la vieron y de quedarse a las puertas de entrar a ganar alguna estatuilla en los Oscars, finalmente llegó el momento de ver si, efectivamente se trataba de una de esas pequeñas joyas que pasan desapercibidas. Os voy a hablar de Burning.

Basado en un relato de Haruki Murakami, la historia sigue a Jong-su, un joven que en un descanso de su trabajo se encuentra con Hae-mi, una conocida de su infancia. Tras retomar un poco la relación, Hae-mi le pide el favor a Jong-su que cuide de su gato mientras ella está de viaje en África. Después del viaje, Hae-mi le presenta a Ben, un joven coreano que conoció durante su viaje y que le confiesa a Jong-su que tiene un pasatiempo un tanto peculiar.

Burning

Nada más comenzar, se puede apreciar que el director quiere darle cierto enfoque cotidiano a la historia. Para ello se ayuda de planos secuencia, planos fijos, paneos muy suaves, escenas en las que abunda el silencio, un ritmo contemplativo y mucha cámara en mano. Respecto a los personajes, lo habitual es verlos enfrascados en situaciones mundanas como comer mirando la televisión, realizando las tareas propias de una granja o teniendo conversaciones triviales. Y desde luego Burning se toma su tiempo en arrancar, e incluso cambia de género durante su extenso metraje. Durante su primera hora y cuarto toma elementos más propios de un filme romántico sin perder de vista que se trata de un drama, y sin embargo para su segunda mitad la trama podría ser un thriller, pero en ningún momento se siente forzado.

Pese a las localizaciones y al tratamiento visual que se le hace a la historia para que se trate de algo ordinario, si hay cierta sensación de fantasía entre sus fotogramas. Esto es especialmente notable con la fotografía, que si bien no tiene unos colores vibrantes, está tratada con mucho cuidado de una manera muy natural, dando verdaderos planos para enmarcar como los atardeceres o aquellos que se ubican en un entorno más rural, creando una atmósfera ciertamente particular.

Burning

Más allá de la identidad visual que se le da a Burning, no dejan de ser llamativos los temas que trata en mayor o menor medida a modo de crítica: Las diferencias entre clases sociales, las relaciones familiares, el machismo, los celos, la apatía, cómo se ven los propios coreanos respecto al mundo y cómo ven ellos a la gente de otros países, el enfrentamiento entre lo rural y lo urbano, la dificultad para algunos de conseguir trabajo, la purificación y los sueños de futuro. Todo esto tiene cabida de forma breve o más extensa.

Lo único que se le podría criticar es su duración y su ritmo. Si se tiene la paciencia necesaria y no se esperan grandes respuestas en su tercer acto, la película sin dudas resultará gratificante. Pero ¿hacía falta todo el metraje que se gasta para contar la historia? Quién sabe si a lo mejor con menos duración habría quedado algo no tan denso al principio. Aunque quizás también se habría perdido la fuerza tan gratificante que brinda el clímax. Y las sensaciones que quedan tras su visionado son intensas. De hecho, van creciendo a medida que pasan las horas hasta concluir con la afirmación de que efectivamente, se ha visto una especie de rareza cocida a fuego muy lento pero que al degustarla es exquisita.

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