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Las vírgenes suicidas

La belleza es subjetiva y abstracta. Nunca se coincide al cien por cien en evaluar algo como bello, ya sean cosas o personas, no hay acuerdo absoluto. Pero a ese concepto subjetivo, impreciso y casi podríamos llegar a decir que inmaterial, en nuestra sociedad recibe un valor excesivo, un valor peligroso muchas veces y abismal.

Esta desmesura e inmensidad provocan que la belleza en muchas ocasiones parezca inalcanzable. Por muchas razones. Inalcanzable porque la tiene alguien a quien no nos atrevemos a acercar o porque si no la poseemos ya de por sí es muy difícil aplicárnosla más tarde. Pero el motivo que con más fuerza muestra lo inalcanzable de la belleza es su propia vaguedad, su ser indefinido, su incorporeidad.

Dicha imposibilidad es la que usa Sofia Coppola para construir su primer largometraje, basado en la novela de Jeffrey Eugenides, Las vírgenes suicidas en el que todo es placentero, incluso la muerte. No descubriremos nada nuevo si hablamos de los suicidios que en ella se producen, que llegan a ser una obra de gran delicadeza, una obra de liberación.

Las Virgenes Suicidas narra la historia de cinco hermanas y de cómo son recluidas en su casa por sus padres apartándolas así del resto de sus compañeros. ¿No es esta una buena metáfora que muestra la imposibilidad de alcanzar la belleza? Todo el mundo admira a las hermanas Lisbon. Son jóvenes y hermosas pero inalcanzables, cosa que las hace aún más deseables. Incluso el espectador llega a desearlas en cierto modo y durante toda la película se hace patente la embriagante sensación de estar ilusionado con alguien. Pero la naturaleza de las cosas no se puede romper y cada vez que algún personaje intenta infringir esa ley, algo malo sucede.

La banda sonora de la película no hace más que acrecentar toda la delicadeza y melancolía que ya ha caído sobre el espectador gracias a imágenes, planos y diálogos, aunque también hay que decir que algunas de las composiciones que se producen echan un poco para atrás, como pueden ser los nombres sobreimpresionados sobre las imágenes o esa cortinilla que permite meternos bajo el vestido de una de ellas para ver que lleva impreso el nombre de su enamorado en la ropa interior.

Pero en resumen, la sensación que prima es la de las hermanas Lisbon en su palacio de cristal, sentenciadas a la reclusión, condenadas a ser amadas desde la lejanía. Y el resto castigados a eso, a sólo poder observarlas furtivamente desde el otro lado de la calle, sin poder tocarlas o sentirlas, con el miedo en el cuerpo de que el calor de nuestro tacto las derrita para siempre.

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