Juan Diego Botto y Alexandra Jiménez protagonizan Tras el verano, lo nuevo de Yolanda Centeno, una historia que se adentra en los laberintos emocionales de la maternidad y las familias no tradicionales. Centeno, que ya ha demostrado su sensibilidad para retratar emociones cotidianas, firma aquí una película que, aunque parte de una idea muy potente, no termina de alcanzar la fuerza que nos hubiera gustado.
Paula, Raúl y Dani podrían parecer una familia cualquiera. Podrían serlo, de no ser porque Dani no es hijo biológico de Paula. Ella se enfrenta a diario al reto de demostrar que el amor que da la convierte en madre, aunque la ley no siempre lo entienda así. La ruptura con Raúl complica aún más la situación, enfrentándola a la posibilidad de perder el vínculo con el niño que ha criado como suyo. El conflicto coloca al espectador ante una pregunta dolorosa: ¿qué define realmente la maternidad, la sangre o los sentimientos?

Tras el verano pone sobre la mesa un vacío legal que sigue sin resolverse y que deja al descubierto la frialdad con la que la justicia puede tratar algo tan cálido y humano como el amor. Centeno apuesta por una mirada íntima y pausada, más centrada en el sufrimiento silencioso que en los grandes estallidos emocionales. Sin embargo, el ritmo irregular y cierta falta de intensidad hacen que la historia pierda parte de su poder.
Las interpretaciones de Juan Diego Botto y Alexandra Jiménez resultan correctas, aunque algo contenidas. Falta esa chispa que permita conectar del todo con sus personajes. Aun así, el mensaje permanece: las familias que elegimos pueden ser tan reales (o más) que las que nos vienen dadas.
Tras el verano es un drama honesto, con buenas intenciones y temas necesarios, que se queda a medio camino entre la denuncia emocional y la reflexión social.











