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Crítica de la película 22 de julio

Una de las vertientes más explotadas por el cine es aquella relacionada con los personajes y hechos reales. Pese a que se haya convertido casi en un género en sí mismo, sí puede resultar llamativo para descubrir o aprender sobre algo que se desconoce o, mejor dicho, del que no se conoce todo su contexto. Y aunque cada año de cara a la temporada de premios las carteleras suelen estar a rebosar con esta clase de películas, es muy fácil que por lo menos una pueda llamar la atención, como ha sucedido en este caso.

El 22 de julio de 2011, Anders Behring Breivik, un ciudadano con ideología ultraderechista radical causó los dos atentados más graves en la historia de Noruega. El primero, la explosión de un coche bomba en el distrito del Gobierno en Oslo. El segundo, un tiroteo indiscriminado a un grupo de jóvenes campistas en la isla de Utøya. La historia cuenta los hechos a través de el mencionado autor de los atentados, uno de los supervivientes de Utøya y el primer ministro Jens Stoltenberg.

A lo largo de su carrera, Paul Greengrass se ha caracterizado por retratar historias reales con una tensión angustiosa hasta el mismo final, como ocurría con Capitán Phillips. Y desde luego, esta ocasión parecía perfecta para demostrar sus virtudes y su estilo tras las cámaras. Su comienzo no podría ser mejor para captar la atención de los espectadores y no soltarlos: Mostrar al autor de los atentados planeando meticulosamente sus acciones hasta que ocurren en un abrir y cerrar de ojos, acompañadas de mucha cámara en mano narrando los acontecimientos como si de un escalofriante documental se tratase, y una tensión capaz de cortar la respiración al más valiente.

22 de julio

Por desgracia, cuando se tiene un primer acto tan potente, el resto de la película debería seguir esa senda de ir al alza, cosa que no consigue. Como bien se dice, después de la tormenta llega la calma. Porque, al fin y al cabo, el film no está interesado en narrar los atentados. Son una parte importante, pero la cinta quiere darles más importancia a las consecuencias y a hacer un retrato más fidedigno que cinematográfico.

Aquí ya salen a relucir más los gustos personales de cada de uno, pero bajo mi punto de vista, hubiese preferido un equilibrio entre lo que resulta estimulante a nivel cinematográfico y el enfoque más documental, al igual que menos puntos de vista. Porque después de los primeros treinta o cuarenta minutos, el ritmo se ralentiza demasiado y el interés también decae casi hasta el último acto, donde se pueden hallar unos paralelismos temáticos del mundo actual y una estructura similar a la que empleaba Fatih Akin con En la sombra.

22 de julio

Si al hecho de que narrativamente la película opta por un tono más distante en el que lo primordial son los hechos, todo el conjunto escenográfico resulta igual de frio, e incluso aséptico. Las reacciones de la gente tras los atentados, pese a estar visiblemente afectados por la tragedia de los sucesos, se podría calificar como un desorden controlado, distando mucho del caos que se mostraría si se tratase de una localización americana. Desconozco si estos detalles de la ambientación se deben al enfoque que le ha querido dar Greengrass o si por el contrario es algo inherente al estereotipo de lo “fríos” que pueden resultar los nórdicos. Al fin y al cabo, se trata de unos países que pese a estar encasillados en un modelo occidental, una fama de tranquilidad y paz les precede pero que en el fondo tienen los mismos problemas que cualquier país.

Aunque lo que más pueda achacarle sea su tratamiento opte por un distanciamiento, paradójicamente, hay que alabar la labor de Anders Danielsen Lie como el mencionado terrorista de ultraderecha. Ver como lleva a cabo sus planes y como los narra con tanta sangre fría, y a la vez como se enorgullece de ello con un descarado narcicismo resulta estremecedor, y más si se tiene en cuenta que sucedió en realidad.

Ya como último apunte, considero que la película hubiese ganado mucho más si los actores hablasen en noruego. Si se opta por verla en versión original, se nota como algunos de los actores tienen una pronunciación algo forzada del inglés y que teniendo en cuenta el tono documental por hacer la película tan auténtica, el haberla hecho con el idioma noruego le hubiese dado algo más de naturalidad.

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