Civil War
Decía Oscar Wilde que hay solamente una cosa peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti. Alex Garland al ser oriundo de la isla vecina tiene bien interiorizado este mensaje, pues se ha caracterizado durante toda su carrera como realizador por llevar esta célebre frase por bandera, donde la indiferencia no está ni se la espera en su filmografía. Con su nueva película, parecía que más que nunca habían corrido ríos de tinta digitales, reflejando el mundo cada vez más polarizado donde vivimos. Pero ¿hasta qué punto tienen fundamento esas críticas?
En un futuro no muy lejano, Estados Unidos está sumida en una cruda guerra civil. Ante esta situación, un equipo de periodistas de guerra emprende un peligroso viaje por carretera desde Nueva York a Washington DC con el objetivo de lograr una entrevista con el presidente antes de que sea demasiado tarde.
Tal vez lo primero que llama la atención nada más comenzar la cinta es que Alex Garland, pese a que tome la decisión de ambientar la acción en un entorno futurista, no busca contar una historia dentro de la ciencia ficción. Sin embargo, con ese aura de distopía no tan lejana en el contexto espacio temporal encuentra muchas similitudes con Hijos de los hombres, la obra maestra de Alfonso Cuarón en cuanto a las sensaciones que puede generar, la monstruosa sensación de realismo en cuanto al despliegue audiovisual, las relaciones y dilemas de los personajes, la estructura más propia de una cruda y tensa road movie que también es muy deudora de La carretera y el acercamiento más hacia el suspense con pequeños toques de ciencia ficción de fondo.
Y aunque sin duda el pequeño planteamiento que se crea de una hipotética guerra civil en Estados Unidos, de cuáles son los teóricos bandos y el absoluto caos que sembraría un conflicto así resulta estimulante, lo cierto es que Garland deja muy acertadamente ese worldbuilding en un segundo plano para cederles el protagonismo a ese grupo de periodistas de guerra. De este modo evita una incomodidad añadida que solo serviría para contentar a muchos pero enfurecer a muchos otros a la hora de posicionarse señalando el bando bueno y el bando malo, dejando que sean los espectadores los encargados de formularse esas cuestiones. De hecho, las preguntas mas interesantes surgen gracias a ese grupo de fotoperiodistas tan diferentes entre ellos. Dilemas relacionados con la supuesta objetividad de la información, la necesidad de dejar la humanidad a un lado con tal de capturar el momento perfecto, si acaso ese hacer a un lado la moralidad y la falta de escrúpulos es lícito o el comentario sobre la humanidad en situaciones bélicas remueven al espectador en su butaca, generando preguntas con respuestas cargadas de grises.
Al decidir seguir una estructura de road movie, el manejo de la tensión es sobresaliente. Por un lado las escenas perfectamente calmadas (o quizá no tan calmadas) sirven para conocer un poco más de esos periodistas, de su forma de ver el mundo y su trabajo y de cómo se relacionan entre ellos, siendo además unas pausas muy necesarias antes de volver a coger carrerilla y adentrarse en esa carretera inhóspita de lo que queda de Estados Unidos. Y es que cuando el filme acelera lo hace cargado de una tensión capaz de poner los pelos de punta, ya sea por la clase de personas que se van encontrando los protagonistas durante la travesía, por las situaciones tan peliagudas donde en la mayoría de los casos ellos y los espectadores se limitan a mirar con mayor o menor horror sin poder apartar la vista de la pantalla o por el magnífico trabajo de ambientación respecto al sonido, donde uno siente que está completamente metido en medio de la escena con los estruendosos disparos.
Nuevamente, compactado en una película que no llega a las dos horas de duración y que plantea cuestiones muy interesantes a la par que incomodas, Garland no olvida la impronta de que sea un reducido reparto quien lleve el peso de la función sobre sus hombros. Desde una Kirsten Dunst con una mirada agotada y un cinismo presente en todo momento pasando por un muy divertido Wagner Moura capaz de mantener unido a ese variopinto grupo y por supuesto, una Cailee Spaeny que tiene el arco de personaje más interesante de todos aunque pueda ser algo predecible merece mucho la pena seguirlo hasta el inevitable final.
Si bien es cierto que la película busca el impacto y los puñetazos muy bien dados con el difícil equilibrio de no caer en el shock value, tal vez para su clímax teniendo en cuenta la tensión que había ido construyendo el relato se le pedía algo un poco más impactante o que se atreviese a dar al menos un paso más de lo establecido. Pero desde luego la escena final y la secuencia de créditos están en consonancia con la narración, siendo consecuente hasta el último minuto donde pone de manifiesto el famoso dicho de que una imagen vale más que mil palabras.