Parece haber una regla no escrita, casi inquebrantable de que la maternidad es el mejor momento de la vida de las mujeres, que estamos destinadas a procrear, amamantar, criar, cuidar y además ser inmensamente felices por eso. Pero hay una realidad, que incluso las mismas mujeres se empeñan en ocultar por miedo a parecer malas o a ser señaladas por la sociedad y es que la maternidad es difícil y ser madre no siempre otorga la felicidad. Y de eso habla Die My Love (2025), película de Lynne Ramsay, de la que les vengo a platicar en esta ocasión.
Desde los primeros minutos, se nos muestra la imagen de una pareja feliz y apasionada que hereda una casa fuera de la ciudad y deciden mudarse a ella enfrentándose a un cambio de aire, un nuevo hogar, la promesa de una vida distinta. Pero cuando Grace (Jennifer Lawrence) queda embarazada y da a luz, la rutina cambia drásticamente para ella y Jackson (Robert Pattinson). Su vida de pareja se desconfigura, la atención se dirige al nuevo miembro de la familia, y lentamente todo se va desmoronando y aparecen los celos, la infidelidad, la falta de empatía, los desequilibrios emocionales y una decadencia psicológica cada vez más profunda.
La dirección de Lynne Ramsay se apoya en un estilo visual inquietante con una fotografía fuertemente enfocada en lo psicológico, buscando rozar el terror (sin despegarse de su comedia) en silencios pesado, espacios aislados, y una narrativa fragmentada que consigue enfrentarnos a los dolores profundos de la protagonista.
La actuación de Jennifer Lawrence es intensa, frenética, visceral: una mujer desmoronándose ante nuestros ojos, atrapada entre el deseo de amar a su hijo y la imposibilidad de reconocerse a sí misma como un ser ajeno a él. Esa actuación sombría y poderosa logra conmover, incomodar y perturbar. Sin embargo, vista en perspectiva, su interpretación no sorprende del todo si consideramos su historial de papeles dramáticos; pero sí logra sostener casi por completo el peso emocional de la película. Y eso cansa, no sólo a ella sino también al espectador.
Sin embargo, por momentos, su discurso feminista suena más bien como un cliché deliberado; pretende evitar estereotipos, pero acaba reforzando otros. El conflicto parece radicar únicamente en la naturaleza materna de Grace, sin explorar suficientemente el peso de las decisiones compartidas, de la construcción social de la pareja o del apoyo real frente al colapso mental.
En cuanto al guion, no logra un impacto tan profundo como el de la actuación: los momentos más potentes surgen cuando Lawrence reclama el espacio, cuando sus silencios se vuelven gritos internos, cuando la realidad se fragmenta. Pero en conjunto, la historia se siente intermitente, con altibajos emocionales que a ratos pierden fuerza.
En resumen: Die My Love es una película que incomoda, que agita; que nos obliga a mirar lo que muchas veces preferimos callar. Al mismo tiempo, es una apuesta imperfecta, que brilla por su actuación y su atmósfera, pero tropieza al no permitir que su discurso sea más matizado, más inclusivo, más humano.
