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Tick Tick Boom

Por más que sea un nombre conocido dentro del mundo del teatro, y en particular dentro del teatro musical, si por algo se va a caracterizar el 2021 para Lin-Manuel Miranda es por su prolífico trabajo en el cine, algo que parece que se va a prolongar en los años venideros. Y viendo su bagaje, no es de extrañar que su debut como director sea una carta de amor al teatro, a uno de los autores clave de los musicales y a la creatividad. Os hablo de Tick, Tick… Boom!

Basada en el musical homónimo y autobiográfico de Jonathan Larson, la historia se centra en el propio Jon, un aspirante a autor y letrista de musicales que trata de hacerse un hueco en el mundo de Broadway en la Nueva York de finales de los 80. Este objetivo se complica para Jon, pues además de intentar labrarse un futuro a través de su pasión tiene que lidiar con amigos que van cayendo como moscas debido a la epidemia del VIH, con su novia y el conflicto de las aspiraciones laborales de ambos y con el hecho de estar a punto de cumplir los 30 años y sentir que no ha llegado a nada en la vida.

Personalmente, mi único contacto con la figura de Jonathan Larson es a través del musical Rent, uno de mis musicales favoritos no solo por la música, sino por los temas que trata, porque a pesar de que está encuadrado en un lugar y una época concretos el componente principal sigue siendo muy potente por más que pasen los años. Y con esta película el acercamiento a la mente de detrás de toda esa pieza y cómo su entorno le ha inspirado hasta crear su breve pero interesante obra, por más que se trate de algo que se ha visto infinidad de veces tanto en medios audiovisuales como literarios, resulta estimulante tanto para los más neófitos como para los que sean más seguidores de su figura.

A pesar de que el texto original está diseñado para ser representado sobre un escenario, Miranda conoce lo suficientemente bien ambos medios para retroalimentarlos a lo largo de todo el metraje, de manera que la historia no se sienta como teatro filmado y acabe lastrando el conjunto. Un ejemplo de ello es el uso del montaje tan dinámico que emplea en los números musicales y la línea temporal en la que decide contar la historia, entrelazando los tiempos y que resulte todo mucho más visualmente estimulante. Pero no renuncia a los mimbres teatrales en la forma de que el personaje de Jon está tratando de romper de manera continua la cuarta pared para apelar al espectador o con algún otro número musical más adaptado al lenguaje cinematográfico pero que en su germen es puramente deudor de Broadway.

Tick Tick Boom

Más allá de la buena simbiosis entre los lenguajes de ambos medios y la manera en la que opta por contar la historia, sin duda las grandes virtudes tienen que ver con el tratamiento de los temas principales, con los que más de un espectador puede sentirse identificado con facilidad, especialmente si se dedica a cualquier campo artístico o creativo: La desesperación de llegar a cierta edad y seguir aferrado a una pasión sin que esta muestre ningún avance, el ver como los amigos y compañeros avanzan con sus metas en la vida o las cambian como símbolo de madurez mientras uno sigue aferrándose con uñas y dientes a lo que le gusta, en ocasiones hasta el punto de ser muy cabezota; el como esos amigos empiezan a alejarse de uno porque los objetivos o los intereses no son los mismos, la necesidad de tener cualquier trabajo para permitirse las funciones básicas de la vida cuando en verdad lo que se quiere es dedicarse en cuerpo y alma a desarrollar ese talento o la frustración cuando aparece un determinado bloqueo.

Al ser una historia tan autobiográfica, el interprete elegido para encarnar a Jonathan Larson debe ser una decisión crucial. Y Andrew Garfield logra mimetizarse a la perfección más allá de un parecido físico razonable, borda toda la inquietud, la rabia, la frustración, el ingenio o la pasión intrínseca de los artistas. Y sin embargo, lo que podría quedar reducido a un simple vehículo de lucimiento para su actor protagonista se acompaña de grandes secundarios a través de los vínculos que establece con ellos, entre los que destacan Alexandra Shipp como Susan, la novia de Larson, con quien tiene muy buena química y tiene un dilema muy loable; y Robin de Jesús como Michael, el mejor amigo de Jon y un absoluto robaescenas cada vez que sale en pantalla.

En el lado negativo se puede señalar que en ocasiones la forma de narrar la historia puede despistar más que aportar, haciendo que el ritmo sea bastante irregular; que pese a contar con grandes canciones que se adecuan al personaje y rezuman honestidad por los cuatro costados no son especialmente memorables y que le falta el toque final, una especie de punch para ser un musical que deja huella. Pero también es cierto que sus intenciones principales de tributo y redescubrimiento para uno de los grandes nombres detrás de los musicales modernos las cumple con soltura.

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