Netflix vuelve a la carga en plena temporada navideña con uno de esos títulos que parecen salir directamente de una cadena de montaje: Jingle Bell Heist. Una película que, por su premisa y su envoltorio, encaja perfectamente en ese catálogo de consumo rápido pensado para acompañar una tarde de sofá, manta y cero expectativas… aunque incluso así, cuesta defenderla.
La historia nos presenta a Sophia y Nick, dos ladrones de poca monta que deciden unir fuerzas para robar un centro comercial de Londres durante la Nochebuena. La idea, sobre el papel, podría dar lugar a una comedia ligera con algo de picardía, ritmo y espíritu festivo. El problema es que la película apenas va más allá de ese punto de partida. En cuanto intenta mezclar el robo con el romance, todo se vuelve previsible, plano y mecánico, como si cada giro estuviera marcado por una checklist de clichés navideños.
El cine ambientado en Navidad lleva años dando vueltas sobre sí mismo. Hollywood ha intentado mezclar estas fechas con todo tipo de géneros (comedia romántica, acción, atracos), pero no siempre el experimento sale bien. En este caso, Jingle Bell Heist parece una sucesión de escenas poco inspiradas, diálogos sin chispa y situaciones que no generan ni tensión ni gracia. Todo resulta excesivamente obvio, casi automático, como si el guion se hubiese escrito sin una mínima reflexión sobre los personajes o sus motivaciones.

La dirección de Michael Fimognari tampoco ayuda. No hay personalidad visual ni ritmo narrativo, y da la sensación de que la película avanza por inercia, sin verdadero interés en construir una historia sólida. A esto se suma una pareja protagonista que no funciona: Olivia Holt y Connor Swindells carecen de química y no logran sostener ni la parte romántica ni la comedia, algo especialmente grave en un género que vive precisamente de eso.
Al final, Jingle Bell Heist se queda como una de esas películas que pasan sin dejar rastro, más cercana al ruido de fondo que a una propuesta navideña mínimamente memorable. Un título prescindible que difícilmente invita a repetir… ni siquiera en plenas fiestas.












