Leviatán
El pasado jueves se estrenaba en cines Leviatán de Andrey Zvyagintsev.
Premiada en Cannes al mejor guión y en Sevilla a la mejor fotografia, entre otras nominaciones en varios festivales como son los Globos de Oro o los Independent Spirits, la película del director de Elena o El regreso llega con fuerza.
Kolia vive en un pueblo costero con su mujer y su hijo. Su apacible vida se verá truncada cuando el alcalde de la población decida apropiarse de la vivienda y del taller de Kolia, usando métodos poco ortodoxos ante la negativa de éste de venderle su hogar.
Leviatán no deja indiferente. La calma del mar que envuelve la película suelta al monstruo marino de sus profundidades cuando menos te lo esperas. Esa combinación de calma, o de agresividad en letargo, con la agresividad expuesta a plena luz, golpea al espectador en cuanto éste baja la guardia. La intensa, fría y oscura fotografía concede una inquietud aún mayor a la acción que se nos presenta, de modo que la mezcla de política, religión, corrupción y miserias personales gozan de un atractivo inusual Es más, incluso en ciertos momentos, el conjunto de adversidades y la falta de esperanza y confianza en las leyes, la sombra de la corrupción que acecha a los protagonistas logra arrancarnos una sonrisa de no se sabe donde, quizás del nerviosismo que nos provoca la abrumadora realidad.
Leviatán es una película de contrastes perfectamente estudiados, unos contrastes que pasan, ligeramente unos, contundentemente otros. Pero lo que ambos logran es quedar posados en nuestra mente e ir creciendo en ella a medida que el momento de la proyección se aleja.