Eva (1962)
Desde siempre Eva ha sido un nombre que ha remitido al pecado. Se puede estar o no de acuerdo con su supuesta culpa pero la inevitable relación entre ambos nombres ha quedada marcada a fuego.
La Eva de Joseph Losey no va a ser menos aunque esta vez, como suele hacer por otro lado el director, da una vuelta de tuerca a la historia dejando pasar la luz sobre la oscuridad y monotonía que se presuponen en este tipo de relaciones y personajes. El nombre Eva, ya nos condiciona a tener cierta opinión sobre la propietaria. Según va pasando la historia se van recuperando trozos de películas o de la vida misma, uno de aquí otro de allí, y se van componiendo en las mentes de los espectadores historias que, en este caso, poco van a tener que ver con la que realmente será.
Eva puede parecer a simple vista una pérfida femme fatale que bebe de la estela que otras perversas antecesoras han dejado en el imaginario colectivo. Desde una de las primeras como pudiera ser esa mujer de ciudad, la vamp maligna del Amanecer de Murnau, pasando por una fría y despiadada camarera dos veces interpretada, por Bette Davis primero y por Kim Novak después, en Of Human Bondage, terminando en una mala entre las malas, una de esas que hace perder todo sentido común, Barbara Stanwyck, la protagonista de Double Indemnity o lo que es lo mismo Perdición.
Todas ellas tienen algo en común además de ser las malas de la película y es que se convierten en las culpables de todo porque, el inocente chico de turno no tiene bastante fuerza de voluntad como para decidir por sí mismo y tomar cualquier otro camino. Sobre esta debilidad juega el giro que Joseph Losey da a la historia. Un giro, un cambio de papeles como el que jugaba en otra de sus obras, la inquietante El sirviente.
¿Pero quién es Eva? Eva (Jeanne Moreau) es una chica que se vende al mejor postor. Alguien frío y distante que sólo se mueve por el dinero. Cualquier otra motivación, si es que existe, queda escondida. Gasta ese dinero en vivir bien y en discos. Adora los discos del mismo modo que los hombres le adoran a ella. Altiva, estática, inquietante y penetrante, observa desde las alturas a cualquiera que le rodee. Eva se mueve entre espejos, entre reflejos, entre ilusiones provocadas sobre los pobres ilusos que la pretenden. Pero no se trata de falsos reflejos, son reflejos de realidad. Ella no engaña a nadie, no juega con las personas pone las cartas sobre la mesa de modo que todos puedan saber a lo que se enfrentan. Hábil forma por parte de Losey de hacer que el público conecte con ella y no en cambio con el perdedor de la historia que no es otro que Tyvian, el escritor que cae a los pies de Eva, como sería lo habitual.
La orgía de imágenes y composiciones en que se convierte la película son el marco perfecto para retratar la caída y la decadencia del protagonista. Tyvian (Stanley Baker) un escritor que ha llegado a la fama por un libro que no escribió. Una farsa al completo. Alguien que pretende capturar a Eva creyéndose algo superior al resto pero en lo único que será superior será en su debacle. Como las moscas que se dan contra la bombilla una y otra vez, regresa a la mujer sin comprender que puede terminar quemándose y con él todo su mundo.
La intensidad en la forma de filmar que Losey usa en la película no hace más que complementar la penetrante y aguda historia en la que ésta se convierte. Los primerísimos primeros planos de Jeanne Moreau ocupando bellamente toda la pantalla, los cenitales opresivos sobre el perdedor, los reflejos sobre cristales que obligan a aparecer en pantalla a los personajes que preferirían esconderse en el fuera de campo. Imágenes imposibles de enumerar que van trazando una a una un camino de desolación y culpa que por una vez no recae sobre quien no ha cometido más delito que el de seguir su voluntad.
