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A pesar de que las carteleras de todo el mundo se hayan visto afectadas por la pandemia mundial que nos ha tocado vivir, dentro de lo que cabe la burbuja de festivales se ha mantenido más o menos intacta. Uno de ellos fue el Festival de San Sebastián, lugar donde se proyectó la película de la que vengo a hablar hoy. Y lo cierto es que causó cierto revuelo, ya que polarizó tanto las opiniones de crítica y público para finalmente alzarse con cuatro galardones, por lo que había ganas de saber en qué bando caería una vez la viese.

En un pequeño pueblo de Georgia, una comunidad de testigos de Jehová sufre un ataque terrorista. Tras este ataque el mundo de Yana, la mujer del líder de esta comunidad, empieza a desmoronarse, de modo que ella empieza a ser consciente de su propia insatisfacción y tratará de encontrar sentido a sus deseos internos.

No se trata bajo ningún concepto de una cinta que se lo quiera poner fácil al espectador, de hecho, son varios los intentos por tratar de expulsarlo de la misma. Y la primera escena es un buen ejemplo de porque hay que tener paciencia con la película, una paciencia que no todo el mundo estará dispuesto a otorgarle y resulta perfectamente comprensible la decisión. Largos planos secuencia fijos con escasa música extradiegética (por no decir ninguna) donde el único sonido es el ambiental y el espectador se limita a ver pasar a los personajes, y cuando se ha instaurado la sensación propia de realismo, la directora atesta una sonora bofetada rompiendo de manera muy pronunciada la aparente calma con una violencia incómoda que recuerda a la filmografía de Haneke.

Pero además del realizador austriaco, la otra inconfundible influencia para Dea Kulumbegashvili es Tarkovsky, tanto en la forma como en el contenido. No solo por los largos planos secuencia, los suaves paneos con el inherente e inquietante uso del fuera de campo, el papel protagonista que adquiere la naturaleza con una curiosa dualidad entre calma y peligro, o fotogramas que directamente por su similitud puedan evocar al célebre director ruso; sino que el ritmo tan pausado y las imágenes tan poéticas, incluso metafóricas, obligan al espectador a una profunda reflexión a posteriori del exigente visionado y que sea él mismo el que le de significado a esta tragedia de aires bíblicos.

Beginning

En concordancia con la historia, la cinta se beneficia del formato 4:3, ya que representa muy bien la prisión tan rígida en la que está metida Yana, tanto física como espiritualmente. Porque si bien el conflicto de Yana es fruto de una lenta introspección, desde el principio el espectador puede entender porque ella siente la rabia, la resignación y la desesperación. El estar atrapada dentro una sociedad en la que se espera que la mujer se amolde a los deseos del marido, donde la fe que profesan es vista como una continua prueba para fortalecer el carácter y ganarse un sitio digno en el cielo, donde a ella se la culpabiliza de eventos indeseables para cualquier mujer que claramente escapan a su control y donde cualquier decisión que tome como progenitora es cuestionada por la gente de su alrededor. El calvario que tiene que soportar Yana a lo largo del metraje empieza contenido, pero de cara al final por la magnitud de los hechos acaba explotando después de explorar terrenos muy oscuros. Por tanto, Ia Sukhitashvili, la encargada de dar vida a Yana no solo hace un formidable trabajo a la hora de llevar el filme sobre sus hombros, sino que también ofrece varios matices en una interpretación que va de menos a más.

Aunque ofrece la suficiente historia en cuanto a parámetros narrativos y sus decisiones artísticas quedan justificadas, no se puede negar que hay ocasiones en las que pueden exasperar y el resultado hubiese sido igual de potente si en la sala de montaje se hubiesen dejado unos minutos menos. Sin embargo, pese a lo exigente que resulta enfrentarse a una película de estas características, se trata de una contundente ópera prima marcada por la crudeza, la violencia y el realismo, y de vez en cuando enfrentarse a un desafío como este que no deja lugar a la indiferencia resulta paradójicamente estimulante.

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