El conde
El gobierno de Augusto Pinochet se caracterizó por el quebrantamiento del sistema democrático, la disolución del Congreso Nacional, la proscripción de los partidos políticos, la restricción de los derechos civiles y políticos (libertad de expresión, información, reunión y movimiento) y la violación de los derechos humanos. También debió sortear conflictos limítrofes como el caso del Canal Beagle con Argentina, situación que generó tensiones entre las Fuerzas Armadas de ambos países. Pablo Larraín ha estrenado en Netflix su particular mirada a la figura de este político en “El Conde”.
Augusto Pinochet, símbolo del fascismo mundial es un vampiro que vive escondido en una mansión en ruinas en el frío extremo sur del continente. Alimentando su apetito por el mal para sostener su existencia. Después de doscientos cincuenta años de vida, Pinochet ha decidido dejar de beber sangre y abandonar el privilegio de la vida eterna. Ya no puede soportar que el mundo lo recuerde como un ladrón. A pesar del carácter decepcionante y oportunista de su familia, encuentra nueva inspiración para seguir viviendo una vida de pasión vital y contrarrevolucionaria a través de una relación inesperada.
Como no podía ser de otra manera, la cinta se alzó con el León de Oro en Venecia a mejor guión, sinceramente es de los libretos más originales de los últimos años. El director de “No”, “El Club” y “Neruda” se atreve adentrarse en un mundo de fantasía y terror para establecer una metáfora de lo que fueron esos años en su país, imaginar a Pinochet como Drácula me parece algo asombroso.
Durante dos horas asistimos a la caída de un dictador que ha sido traicionado por su familia y al cual constantemente le recuerdan todos sus crímenes. Rodada en blanco y negro con una portentosa fotografía, “El Conde” es un análisis de memoria histórica, con alguna escena de humor, pero este no es el tono de la película. El prólogo me pareció fantástico porque prepara al espectador para lo que sigue, colmillos, corazones desmembrados, vampiros que vuelan. La voz en off le da a la película ese aspecto documental, de sátira que aporta mucho a su carga dramática.
Es comprensible que sea una cinta de plataformas y obviamente que sea Netflix, ellos apuestan por todo lo raro, estrambótico y políticamente incorrecto. Considero que es el trabajo más complejo del cineasta, sus biopics feministas de” Jackie” o “Spencer”, ni siquiera “Ema” llegaron a este nivel onírico y enfermizo. La experiencia viendo “El Conde” resulta inmersiva, al mismo tiempo que sensorial, la música es otro ingrediente importante.
Impresionante el trabajo de Jaime Vadell, su proyección, la ambigüedad y la caracterización física son de las mejores cosas del filme. Coralmente Gloria Münchmeyer, Alfredo Castro, Paula Luchsinger, Antonia Zegers y Amparo Noguera también ofrecen sendas interpretaciones.
“El Conde” no llegará a todos por igual, a los propios chilenos les va a recordar todo lo vivido y los que no sean de ese país la contemplaran desde otra perspectiva, eso sí, en cualquiera de los dos casos, Larraín se ha lucido.
