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Ven y mira

Si bien es fácil establecer qué géneros cinematográficos son mis predilectos, hay otros muchos que o bien me causan indiferencia o bien me cuesta conectar con ellos. Uno de ellos es el bélico. Sin embargo, dejando a un lado mis prejuicios y preferencias y animada por varias críticas entusiastas en mis redes sociales, he optado por darle a esta película una oportunidad. Y menos mal que he tomado esa decisión, porque me he encontrado con una experiencia desgarradora como pocas.

Situada en Bielorrusia en 1943, la historia sigue a Flyora, un niño que tiene deseos de alistarse entre las filas militares para defender su país de la inminente ocupación nazi. Pero lo que parecía una acción noble por parte de Flyora no tardará en volverse una pesadilla en la que los horrores de la guerra debilitarán su psique.

Uno de los motivos por los que no termino de conectar con el género bélico es porque pese a toda la tragedia que evidentemente se esconde detrás, siempre me ha dado la impresión de que todo está presentado de una forma tan espectacular y grandilocuente que se pierde el objetivo principal, por no mencionar que es casi inevitable que con toda la grandeza de medios haya un mínimo de discurso de heroicidad tratando de disfrazar el patriotismo. Esa sensación queda totalmente borrada en este caso, pues desde los primeros fotogramas se despierta en el espectador una sensación de incomodidad, fruto de un tratamiento de la imagen que podría parecer documental, de una ruptura de la cuarta pared por parte de unos personajes que parecen haber perdido el juicio (y que parecen retar al espectador a hacer lo que reza el título) y de una atmósfera de surrealismo.

Pese a tener un comienzo tan llamativo, es innegable la influencia de Tarkovsky durante la primera mitad de la película, donde la gama cromática de la imagen evoca a gran parte de su filmografía y donde la historia posee un ritmo más pausado y cierta intencionalidad lírica en la composición con la que el espectador debe rellenar ciertos huecos con la técnica de esculpir el tiempo. Aunque bajo ningún concepto se trata de una narrativa especialmente densa y durante la mayor parte de esa primera mitad reina una aparente calma, los golpes de efecto siempre están al acecho para darle un revés a la fortuna de Flyora y a la de los espectadores que sienta como el peor puñetazo en el estómago gracias al sonido ambiente y al uso de partituras de Mozart que hacen hincapié en dramatizar una situación sombría de por sí.

Ven y mira

Tras sentar las bases para la segunda mitad de la cinta, la odisea de Flyora se convierte en un viaje al corazón de las tinieblas que narraba Joseph Conrad en su novela. Un infierno en la tierra donde solo se conoce la brutalidad y donde la guerra no tiene absolutamente nada de heroico, pues los conflictos bélicos son de una crudeza extrema y eso es justo lo que se muestra aquí. A medida que va avanzando el metraje, las imágenes van volviéndose más violentas hasta el punto de que cuesta mirarlas. Y no se debe a que sea un festival de sangre y vísceras, sino a que dicha violencia está tan bien retratada y las atrocidades son reconocibles a cualquiera que sepa un poco de historia que estremecen porque se sienten reales y a que las situaciones al estar enfocadas desde el punto de vista de un niño resultan más descorazonadoras.

El mejor reflejo de este horror bélico es la propia expresión de Flyora, encarnado por el debutante Alexei Kravchenko, algo que hace su actuación todavía más encomiable. Él empieza su aventura como un niño como otro cualquiera de una zona rural bielorrusa, deseoso de ayudar en todo lo que pueda para enfrentarse a los invasores sin tener en cuenta lo que de verdad supone una guerra. Pero a medida que va pasando por diferentes penurias, su rostro se va deformando hasta quedar reducido a mueca de terror puro, con unos ojos que no deberían haber sido testigos de todas las terribles situaciones que ha contemplado y que lo van quebrando gradualmente, envejeciéndolo décadas en el lapso de días hasta que camina como un muerto en vida.

Si solo tuviese que sacarle a relucir un defecto, por muy pequeño que sea, tengo que referirme a la sucesión de imágenes en los últimos minutos. He mencionado en líneas anteriores que no había ningún alarde de patriotismo o de subrayar un discurso evidente, hasta ese momento. Se sienten innecesarios esos montajes finales, pues ya se han descubierto ante los ojos del protagonista y de los espectadores toda la maldad de la que el ser humano es capaz (si es que se le puede llamar así) que tirar de un recurso tan fácil se siente burdo. Pero esa es la única nota disonante en un conjunto casi redondo que da lugar a una de las experiencias más potentes que he tenido la fortuna de experimentar en un género que no es de mi particular agrado, solo que a veces es necesario un enfoque con el que el malestar y la angustia permanecen en el cuerpo hasta mucho después de que hayan salido los créditos.

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