Sin amor
De vez en cuando se ha vuelto casi costumbre comentar una película en la que el núcleo familiar tenga un papel muy destacado para el desarrollo de la historia. Algunos ejemplos de ello son La habitación o Canino. Sin embargo, en ambas se incidía en la importancia de la educación por parte de la familia, algo necesario para el pleno desarrollo de las personas. En el caso de hoy también se busca hablar de las relaciones familiares, pero de algo quizá en más intrínseco: el cariño.
Zenhia y Boris son una pareja que tras años de infelicidad con su matrimonio deciden divorciarse. En medio del proceso, las discusiones se vuelven más fuertes hasta un punto en el que afectan gravemente a Aliosha, el hijo de ambos. Harto de su situación en casa, Aliosha huye de su hogar y sus padres deberán unirse para encontrarlo.
Después de ganar el premio del jurado en la pasada edición del Festival de Cannes y tras ser pasar el corte para colarse en la categoría de mejor película de habla no inglesa en los Oscars, ciertamente había ganas de ver si la cinta se merecía todos los halagos. Por el argumento, el film podría ocurrir en cualquier parte del mundo, pero a medida que va avanzando la trama y que el público mediante los diálogos y las acciones de los personajes descubre cómo son, uno se da cuenta que solo podía ocurrir en Rusia.
Con los personajes desde el minuto uno se puede apreciar una frialdad, un resentimiento y un egoísmo pasmosos. Zenhia es una mujer cuya máxima preocupación es mirar las redes sociales y ver la falsa felicidad de sus conocidos para así poder huir momentáneamente de la infelicidad que siente con su propia vida. Por el contrario, Boris es un hombre cuya mayor aspiración es dar una buena imagen de padre de familia en el trabajo porque cualquier otra situación distinta de la familia tradicional no es vista con buenos ojos. Ambos se hallan en una estricta sociedad en la que nadie parece estar bien y en la que a la mínima se contesta de forma tajante y en la que los valores de los padres se transmiten a los hijos son una falta de cariño demoledora y una culpa gigantesca.
Por si las infinitas discusiones, ataques verbales y actitudes no fuesen suficientes para demostrar esa frialdad, la puesta de escena ayuda mucho a crear esa sensación. Esa Rusia en la que la lluvia y la nieve son como otros personajes más, en la que todo el mundo camina muy recto y es excesivamente rígido y en la que los colores que más aparecen en pantalla son diferentes tonos de gris. Y por si esa atmósfera no bastase, los planos muestran a los personajes pequeños en comparación con su entorno acentuando la sensación de soledad mientras que el uso de planos de tan larga duración refuerza la idea de realidad sobre lo que se ve.
Y eso es quizá lo más triste de todo, que en ningún momento se dé la posibilidad de que lo que está sucediendo es ficción pues se siente todo increíblemente real. Incluso al igual que sucede en la vida real, no hay posibilidad de redención para nadie, o a veces cuando se da la oportunidad de la redención ya es demasiado tarde. Son todos unos personajes que tienen más defectos que virtudes porque el mundo les ha dicho que lo correcto es que crezcan y sean así.
Aunque el ritmo sea constante, si es cierto que su última media hora se me ha hecho algo más pesada porque deseaba que se le diese un cierre, pero no sabría si calificar esos minutos como cierre. Al fin y al cabo, ya he mencionado que se siente tan real y hay cosas en la vida que no tienen final. Y desde luego que los hijos repitan los mismo errores que los padres es un bucle sin fin.