Cold War

“Dos corazones, cuatro ojos, lloran día y noche.
Ojos negros que lloran porque no se pueden encontrar…”

Me lo habían dicho: “Te va a encantar”. Pero no acertaron, al menos no del todo. No me encantó… me enamoró.

Cold War es un drama polaco dirigido por Pawel Pawlikowski, quien ya se alzara con la dorada estatuilla a la Mejor película de habla no inglesa en 2013 con Ida. En su nuevo filme, el director nos invita a viajar por la Europa de la posguerra, desde los parajes más agrestes de Polonia hasta las animadas salas de jazz de París, siguiendo la historia de amor entre Wiktor, un músico con estudios, de ideas contrarias al régimen comunista, y Zula, una joven cantante de origen humilde, apegada a las costumbres de su pueblo. Su pasión, temperamento e ideas contrarias les llevarán a encontrarse y perderse una y otra vez a lo largo de sus vidas y a lo ancho de un continente separado por algo más que telones de acero.

En el apartado técnico, la película es prácticamente perfecta. Rodada en blanco y negro y con una relación de aspecto 4:3 (más tirando a cuadrado que a rectangular, para entendernos), en ningún momento se echa de menos una visión panorámica. Esto se debe, sobre todo, a que el director tiende a colocar el foco de atención (ya sean objetos, o los propios protagonistas) en la mitad o el tercio inferior de la pantalla, dejándonos así margen suficiente para situarlos en la escena. La profundidad de campo que consigue (las zonas que nuestros ojos registran como suficientemente nítidas) es espectacular, y la iluminación, tanto de los actores como de los paisajes, sorprende por el equilibrio entre naturalidad e intencionalidad. Luces y sombras sirven para crear atmósfera, pero no restan protagonismo al resto de los elementos de la composición.

Los efectos de sonido son también impresionantes. Los momentos de silencio, rotos por el roce del viento en las hojas o unos tacones que se alejan por una oscura calle, contrastan con la energía de los números musicales. Porque si algo podía hacer más redonda esta película es que desde su inicio podemos disfrutar de canciones (la mayoría en polaco, alguna en francés e inglés) que vertebran la historia de amor de los protagonistas, desde la inocente (y profética) voz de una niña, pasando por la potencia y alegría de una coral folklórica, hasta llegar a la sensualidad y tristeza del blues en un antro parisino.

Su montaje en capítulos sin titular (que algun@s consideran elíptico y atropellado) hacen que sus 84 minutos de duración se pasen en un suspiro. Pawlikowski te obliga a rellenar los huecos con la escasa información que puedes recabar de sus personajes, y así te descubrirás atent@ a cualquier detalle que pueda ayudarte a completar ese complicado puzzle que es cualquier relación amorosa. Lo que para otr@s es un error, para mí ha supuesto un acierto, ya que hace que te sientas más implicad@ en la historia de Wiktor y Zula.

Los actores, Joanna Kulig y Tomasz Kot, terminan de redondear el filme. Ella, temperamental, impulsiva, con una belleza natural y contundente, a ratos destilando inocencia, a ratos desbordada por una fiereza primaria. Él, melancólico, distante, un hombre maduro arrastrado por un amor que se impone sobre su cordura y sus principios. Ambos, una bomba cuyo mecanismo de activación se pone en marcha en el mismo momento en que sus ojos se encuentran.

Lo sé, hoy me ha salido la vena poética y ñoña. Pero es que Cold War me ha robado el corazón. Y ante el corazón pierde una todas las razones…