En el cine de zombis, ya lo sabemos, no hay mucho margen para sorprender. Pero de vez en cuando aparece una película que, sin hacer mucho ruido, sabe como dejarte incómodo en el buen sentido. Virus: 32 , del uruguayo Gustavo Hernández, es una de esas y aquí les platico por qué.
Si bien, no revoluciona el género, sí lo sacude con una idea tan simple como efectiva: después de cada ataque, los infectados quedan inmóviles durante 32 segundos que se convierten en una cuenta regresiva que pone el límite entre la vida y la muerte.
La historia se desarrolla en Montevideo, y el escenario principal es un antiguo club deportivo en el que trabaja Iris (Paula Silva), como vigilante nocturna. Iris tiene una complicada relación con su pequeña hija Tata (Pilar García), a quien, por circunstancias de la vida, tiene que llevar al su trabajo, justo el día en que el mundo se desmorona. A partir de ahí, todo es caos, encierro, tensión y una encarnizada lucha por la supervivencia.
Lo que particularmente me gustó en esta película, es que visualmente aporta mucho. Hay un plano secuencia que es puro vértigo: cámara en mano, pasillos infinitos, luces que parpadean, cuerpos que se mueven raro… y uno, desde el sillón, sin saber si gritarle a la pantalla o taparse los ojos porque de verdad emociona mucho. El trabajo de cámara es uno de los puntos más fuertes, porque muestra lo que todos queremos ver sin titubeos y sin marear al espectador, se nota mucho el trabajo que hay detrás. Todo se ve muy cuidado: el sonido, los silencios, el ritmo narrativo que se permite momentos de pausa entre tanta muerte y destrucción.
Eso sí, Virus: 32 no es para estómagos sensibles. Hay sangre, mucha sangre, huesos crujientes y violencia gráfica sin límite y para infortunio de muchos que amamos a los animales, hay un animalito al que le toca la peor parte, aunque lo que está pasando es tan interesante que es difícil retirarse tras esta escena.
Y en medio de todo, Virus: 32 se las arregla para colar una historia íntima, casi tierna, sobre el vínculo madre e hija. Una relación rota que, con cada zombi esquivado, con cada nueva batalla ganada, se reconstruye (o al menos, lo intenta).
Aunque también tiene sus tropiezos y algunos personajes parecen estar ahí solo para llenar tiempo (o para ser comida para zombies, literalmente), incluso alguno desaparece sin que sepamos cómo y otros llegan de la nada como es el caso de Luis (Daniel Hendler), que a pesar de todo, termina aportando muchísimo a la trama, aunque al final no sepamos de dónde salió.
Definitivamente, Virus: 32 es una buena muestra de que en Latinoamérica también se puede hacer cine de género con garra, con ideas interesantes y con un enfoque que no necesita millones de dólares para estremecer. Está en Disney Plus y creo que vale mucho la pena darle la oportunidad.