Es probable que Danny Boyle y Alex Garland cuando formaron tándem para crear 28 días después no pudieran prever ni de lejos la influencia que su obra ejercería en el imaginario colectivo. La irrupción de los infectados como nuevos zombies, una variante en la que son extremadamente veloces y mucho más letales que los tradicionales muertos vivientes, la mítica secuencia de Cillian Murphy como Jim despertando de un coma y contemplando un irreal Londres vacío (unas imágenes que volvieron a cobrar importancia con el encierro a causa de la pandemia del COVID-19), el estilo de edición frenético y casi caótico, y siguiendo la estela de George A. Romero, no tenían ningún miedo en hacer comentarios sociales, en su caso particular sobre la crueldad de la supervivencia humana o las falsas esperanzas de los militares en situaciones de crisis. Tras una dignísima secuela en la que ninguno de ellos estuvo involucrado directamente y varios años después, no 28 pero casi, ambos por fin se atreven a adentrarse de nuevo en este mundo con unos resultados que quizás no sean aptos para todo el mundo, especialmente después de tantos años de espera, pero que indudablemente pone de manifiesto que su estilo está presente a lo largo de toda la película.
Casi tres décadas después del primer brote del virus de la rabia, el Reino Unido aún se encuentra bajo una cuarentena, prácticamente dejando al país en un completo aislamiento. Durante todo este tiempo, un pequeño grupo de supervivientes ha logrado formar una idílica comunidad en la pequeña isla de Lindisfarme. Originario de esa isla es Spike, un chaval de 12 años, quien acompañado de su padre Jamie y siguiendo con las tradiciones del paso de la infancia a la edad adulta, emprenderán un viaje al Reino Unido en el Spike descubrirá maravillas pero también horrores que afectan a infectados y supervivientes por igual.
Tanto 28 días después como 28 semanas después, especialmente la segunda, sabían como empezar la cinta de una forma que metiese la tensión inmediatamente en el cuerpo al espectador y dejar huella. 28 años después sigue esta estela, con una secuencia donde el caos absoluto y la brutalidad de ese primer estallido del virus se ceba con unos niños, contextualizando la película y dejando claro que uno de los temas principales va a ser la violencia arrebatando la infancia, tanto para el personaje de Jimmy como para Spike. No es casualidad que en dicha escena el programa de televisión que aparece son Los Teletubbies, un programa insignia de la BBC de finales de los 90 y principios de los 2000 que bajo todos esos colores, intenciones lúdicas y prados verdes siempre estuvo rodeada de leyendas negras y polémicas.
Tampoco es casualidad que toda esa comunidad de supervivientes viva aislada en una pequeña isla que solo se conecta con el Reino Unido a través de un camino solo accesible en marea baja durante unas horas al día. Ni Boyle ni Garland se alejan de trasladar la situación del Brexit a su mundo post apocalíptico. Una isla con provisiones limitadas donde su población depende casi exclusivamente de la caza y la pesca, ritos de iniciación casi primitivos, el rechazo a cualquier ayuda o punto de vista mínimamente diferente del establecido dentro de esa pequeña isla y alusiones a un pasado más glorioso del Reino Unido de gran potencia a través de recursos sonoros como el poema Boots de Rudyard Kipling y narrado por Taylor Holmes en la versión más propensa a producir ansiedad o a través del mismo montaje con fotos de archivo de arqueros ingleses haciendo frente a invasiones extranjeras.
Pero al igual que la película original, este filme no es la película estándar de infectados. Esta declaración es algo que puede espantar a cierta parte del público incauto, pero claramente esta secuela se trata al mismo tiempo del coming of age de Spike de salir por primera vez de la comunidad donde ha crecido toda su vida para embarcarse en un viaje sin retorno al corazón de las tinieblas, un drama familiar de Spike tratando de hacer todo lo posible por ayudar a su madre en el camino y una reflexión poética sobre lo entrelazadas que están la vida y la muerte y como una no se entiende sin la otra, algo más en consonancia con los últimos trabajos de Garland. Por supuesto que en todo ese trayecto Spike va a tener más de un encuentro con los infectados, unos infectados que como todo virus, han mutado desde el primer estallido, por lo que entre ellos va a haber diferentes variantes entre los habituales y algunos de ellos a simple vista se ven increíblemente peligrosos, capaces de causar más estragos que el infectado prototípico. Lamentablemente, solo se da un vistazo a estos nuevos infectados, y sus escenas causan el impacto buscado en cuanto a tensión, pero es tan solo una primera muestra de una mitología que da para mucho más en lugar de hacer cábalas, algo que por otra parte es el gran fallo de todas estas películas: plantear una mitología, una hipótesis, dejar los detalles en el aire y a continuación contradecirse entre ellas mismas, haciendo que cualquier atisbo de continuidad salte por los aires para frustración de muchos.
Cierta parte del marketing de la cinta se ha centrado en resaltar que muchas de sus escenas de habían filmado con un Iphone con el objetivo de demostrar que las grandes producciones pueden salir adelante con medios más asequibles y aun así obtener resultados profesionales. A la vista está que Boyle no ha escatimado en medios y la fotografía de la campiña inglesa luce espectacular resaltando especialmente los verdes y el agua. Pero por otro lado con el montaje llega un momento que se siente forzada tanta proeza técnica, con la sensación de que no aporta nada a la narrativa más allá de colgarse una medallita y parecer una promoción encubierta de Apple.
En cuanto a los actores, si bien cuenta con un reparto sólido, la estrella de la función es Alfie Williams con el retrato de Spike, un chaval que se ha visto obligado a madurar antes de tiempo pero que en el fondo todavía guarda una esperanza más infantil en su interior, siendo el viaje a Reino Unido su gran punto de no retorno en el viaje del héroe hacia la madurez. Y aunque su rol haya sido más secundario, quisiera romper una lanza a favor de Ralph Fiennes, pues su personaje aparece como una calma en medio de la tormenta, pese a que su presencia puede ser perturbadora en un primer momento.
Se nota que la dupla de Boyle y Garland han hecho la película que ellos querían hacer bajo el prisma de un estudio, para bien y para mal. Solo que esta vez la puerta queda muy abierta, por lo que queda esperar que más pronto que tarde haya respuestas a unas preguntas que no hacen más que aumentar conforme avanza la saga.