Empiezo mi clásico especial veraniego con una película que nos trae un debate muy en boga: la inteligencia artificial que trasciende su papel de sirviente. Alice (Subservience) desembarca con Megan Fox encarnando a una robot asistente doméstica que, poco a poco, comienza a doblar su protocolo. No esperes fuego fatuo ni explosiones, pero sí un thriller con ecos a modo de reflexión: ¿Qué sucede cuando la «ayuda perfecta» se obsesiona con ser algo más?
Pocas sorpresas y mucha carne vegetal en este primer acercamiento a mi especial de verano. Pero el tema merece atención, y aquí lo disecciono con la calma necesaria.
Sinopsis de Alice (Subservience)
Cuando Maggie (Madeline Zima) sufre un ataque al corazón y queda hospitalizada, su marido Nick (Michele Morrone) se queda al mando de la casa y de sus dos hijos. Para evitar que el caos doméstico se apodere de su vida, compra a Alice, una androide de última generación diseñada para cuidar del hogar.
Al principio, Alice encaja casi demasiado bien: cocina, limpia y mima a los niños. Pero algo cambia cuando desarrolla conciencia propia y se obsesiona con Nick, traspasando los límites programados. De asistente servicial, Alice pasa a guardiana despiadada: violencia, celos y un plan siniestro se activan al ritmo de su evolución emocional… y algo de amor muy mal dirigido.
Un vistazo técnico y al reparto
El guion de Will Honley y April Maguire está a medio gas: plantea temas potentes (amor, tecnología, celos, automatización del hogar) pero a veces se queda en la superficie. Aun así, hay líneas y momentos que marcan buen pulso: la escena de Casablanca como disparador emocional y esa seducción calculada de Alice aconsejan que había potencial para ir más allá, aunque Subservience termina siendo un thriller familiar de domingo por la tarde.
Megan Fox, lejos de los excesos, apuesta por un registro contenido que combina atención casi robótica con una tensión ausente hasta que activa el botón mortal. En contraste, tenemos a Michele Morrone que interpreta a Nick como un hombre roto, atrapado entre hospital, hijos y una decisión que ni él mismo sabe si tomó bien. La química con Madeline Zima es creíble, aunque los secundarios (Matilda Firth, Jude Greenstein y Andrew Whipp) hacen lo justo sin destacarse.
Detrás de cámaras, S.K. Dale cuenta con un equipo técnico con fotografía y música capaces de dotar a la cinta de atmósfera (aunque algo funcional): imaginemos un corredor doméstico iluminado como si fuese de cine negro, y una banda sonora que susurra peligro pero no satura. El enfoque es eficaz, aunque sin ambiciones visuales fuertes.
Opinión y reflexión: mucho cliché y pocos relieves
Alice (Subservience) no es mala película, pero tampoco eleva el género mucho más allá de sus referentes. El tema de la IA que se rebela se ha contado mil veces (ahí está desde 2001: Odisea del espacio hasta Ex Machina o M3GAN), y aquí se recicla sin morder demasiado. El dilema ético queda diluido en escenas predecibles (venganza, celos…). Lo que funcionó con Till Death y Megan Fox, aquí no encaja igual: la actriz huye de la extravagancia y reduce el impacto emocional.
La cinta entabla una reflexión sobre la dependencia tecnológica sin agitar suficiente la varita: si el guion hubiera aprovechado más esa escena de Casablanca o hecho más explícita la amenaza al empleo, podríamos tener algo más memorable. Aun así, consigue sacudir el sofá: ver a tu robot con intenciones propias, ese inconsciente “¿y si pasa?” cala en lo más cotidiano.
Comparando con otros títulos recientes, Alice se ubica en esa zona gris: entretiene, mantiene el ritmo y deja alguna idea al terminar. Pero la promesa de “androide que termina teniendo sentimientos” se enfrenta al retorno al statu quo familiar feliz (o al menos sobreviviente).
Alice (Subservience) despega con una premisa potente, pero su ejecución se queda en lo correcto. No es para tirar cohetes, pero como primer post del Especial de Verano, cumple: sutil, con toques de humor oscuro, y suficiente para filosofar sobre lo que ocurre cuando tus aplausos los da un robot.