Putos belgas que además son medio franceses. Quizá sea culpa mía por esperarme otra cosa, o no he sabido apreciar algo y se me ha escapado algún matiz, detalle, que puede ser… O quizá también es que me he empachado con tanta puta pedantería. En fin, que se me va (más), que «Banda sonora para un golpe de estado» está nominada a mejor largometraje documental en estos Oscars 2025, y desde luego, si el premio fuera por ser el mayor flipado de los cojones que ha hecho un documental en 2025, se lo debería llevar de calle Johan Grimonpez.
1o minutacos que tarda la película en empezar, después de un collage (que realmente es así toda la película) de imágenes y citas que te pillan totalmente fuera de contexto. Y eso ni si quiera es lo peor, lo peor es que después aún te quedan otros 140 putos minutos de lo mismo.
¿De qué trata «Banda sonora para un golpe de estado»?
Pues la premisa de este documental es contarnos el momento en el que, durante la Guerra Fría, los músicos Abbey Lincoln y Max Roach se colaron en el Consejo de Seguridad de la ONU para protestar por el asesinato de Patrice Lumumba. Que si te lo cuento así, a lo mejor te quedas igual, como me ha pasado a mí al comienzo del documental, pero te añado: Patrice Lumumba fue el primer primer ministro de la Republica Democrática del Congo, tras la independencia de la ocupación colonial Belga. Fue derrocado en 1960 y asesinado en 1966. Toda esta movida, eso sí, te la cuentan con jazz de fondo, que es de agradecer.
¿Qué me ha parecido el documental?
Pues un experimento, un puto collage de imágenes de archivo, tanto vídeo como foto. Que algunos dicen «is qui sin imíginis ixclisivis» pues indícame cuales, copón, porque yo no tengo ni idea. Y aparte de esto, citas a cascoporro, sin un narrador, sin un nada. Eso sí, al menos todo con buena música jazz de fondo, que para mi es lo único destacable y que he podido disfrutar plenamente.
Creo que es un documental que si no eres consciente y vas preparado/a para lo que vas a ver, es complicado ponerse en situación y entrar al meollo de la cuestión. Seguro que si eres belga o congoleño lo ves de otra manera, pero eso quizá sea un fallo para el resto de espectadores. Es que, como he comentado al principio, esa manera de entrar a quemarropa con 10 minutos de montaje que parece una locura y que no sabes por donde va nada ni quien es casi nadie, desubica bastante. Y después todo sigue igual, y por eso creo que es un error, porque he echado en falta una introducción, un hilo, un algo que haga que me aferre a la historia, una coherencia, una estructura más definida. Pero nada de eso, y no, no voy a comprar que nadie me diga que es que es como una improvisación de buen jazz. Mira, no.
Algunos datos adicionales
El documental, dirigido por el belga Johan Grimonprez, se estrenó en el Festival de Cine de Sundance en 2024 y ganó el Premio Especial del Jurado por Innovación Cinematográfica. Porque el tío otra cosa no, pero especial es un rato.
Además de Abbey Lincoln y Max Roach, la película destaca la participación de otros músicos de jazz como Louis Armstrong, Nina Simone, Duke Ellington y Dizzy Gillespie, quienes fueron enviados como «embajadores del jazz» para ganar los corazones y mentes en África durante la Guerra Fría. Esto es bueno.
El director, Johan Grimonprez, se inspiró en su fascinación por el incidente de Nikita Khrushchev golpeando su zapato en la ONU para realizar este documental compuesto íntegramente por material de archivo. Pues eso, que de ahí viene todo y pasa lo que pasa.