Existen un grupo de títulos de terror que en los años 90 se coronaron como verdaderos boom del género. Películas donde había un asesino en serie que no necesariamente era real: Freddy Krueger, Chucky, Jeepers Creepers y Candyman fueron algunas de ellas. Un nuevo nombre se integra a las filas del género, esta vez una mujer para actualizar esta historia, Nia DaCosta.
Desde tiempos inmemoriales, los proyectos residenciales del barrio de Cabrini Green en Chicago se han visto amenazados por la historia de un supuesto asesino en serie con un gancho por mano al que se invoca fácilmente repitiendo su nombre cinco veces frente a un espejo. Hoy, una década después de que la última torre de Cabrini fuese derruída, el artista visual Anthony McCoy y su novia Brianna Cartwright, se mudan a un apartamento de lujo de un barrio ahora irreconocible, repleto de millennials y de personas que, por lo general, desconocen su oscuro pasado.
Asesorada por uno de los nombres más importantes por estos días en esta materia, Jordan Peele quién produce la película, esta nueva visión es gratificante.
Lo que había visto anteriormente de DaCosta fue Little Woods, trabajo fallido y que nada tiene que ver con esta propuesta. Esta nueva Candyman parte del propio corto de la directora rodado en 2020, a diferencia de otros remakes de terror no abusa de las escenas sangrientas, tampoco de los efectos visuales y apuesta por una interesante visualidad de recortes.
El filme gana más cuando su guión se enfoca en ser una crítica social, una revisión sobre el racismo, similar a Get Out o US. Candyman no es una película para asustarse, al contrario, busca reflexionar, cuestiona y lanza un dardo sobre los crímenes cometidos hacia los afroamericanos.
Desde el punto de vista actoral Yahya Abdul-Mateen II, Teyonah Parris y Nathan Stewart-Jarrett están correctos.
Inesperado el guiño homenaje en su final, Pelee no se equivocó, al parecer ha encontrado una discípula y Candyman es una buena carta de presentación.
