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Compartimento Nº 6

Hay películas que con tan solo leer su sinopsis uno puede intuir que encierran algo hecho expresamente para deleite personal.  Eso es justo lo que me ha sucedido con el filme de hoy, que desde que se alzase con el Gran Premio del Jurado en Cannes y por tanto, tuviera cierto predicamento durante el festival, esperaba su estreno con muchas ganas y con bastante expectativas de embarcarme en el viaje que proponía.

Basada en la novela homónima de Rosa Liksom, la historia sigue a una estudiante finlandesa de arqueología en los años 90 que se dispone a hacer un viaje en tren desde Moscú a Múrmansk para ver unos petroglifos de la zona. Durante su viaje le tocará compartir compartimento con un joven ruso muy arisco que no hará fácil la convivencia entre ambos, pero conforme van pasando los días irán acercándose más entre ellos.

Tras haber leído previamente la novela, puedo afirmar que como adaptación sí mantiene la misma esencia de introspección, donde dos personajes son absolutos protagonistas del relato y donde indudablemente el viaje está por encima del destino y a partir de ahí, la adaptación es bastante más libre. Pero lo cierto es que el germen literario se traslada muy bien a la gran pantalla con ese poso por bandera y mucha mirada hacia el pasado con una nostalgia lo suficientemente bien medida para que no sea el elemento más importante. Lo que en un principio podría antojarse como una nueva Antes del amanecer por tierras más gélidas resulta en algo mucho más complejo y mucho menos cálido a simple vista. Ella y él proceden de mundos diferentes. Ella, finlandesa y más propensa a ser introvertida, quizá en ocasiones demasiado educada, con mucha curiosidad intelectual y buscando a toda costa dejar atrás una relación pasada en Moscú mientras que él cumpliría el estereotipo de hombre ruso, rudo, malhumorado, que se cree por encima de los demás y que todo lo soluciona con una botella de alcohol, por tanto solo contribuye a que su personalidad sea más desagradable para un desconocido e incluso temeraria.

Pero tras un primer encuentro tan frío y brusco como el clima ruso, las corazas se van resquebrajando, poniendo de manifiesto que ambos pasajeros tienen más en común de lo que podría parecer. Los dos son dos personas solitarias que por azares del destino se dirigen al mismo lugar aunque para propósitos muy diferentes, ella para reencontrarse a sí misma y él para trabajar. Pero la inevitable proximidad del compartimento hará que ambos se empiecen a conocer un poco más, tal y como suele pasar en algunos viajes donde un encuentro con un desconocido termina por volverse en algo muy íntimo casi sin pretenderlo. Ambos pueden ayudarse de diferentes maneras a través de las noches que dura el viaje y hasta que llegan a su destino, poniendo de manifiesto que en ocasiones esos encuentros casuales y personas que en teoría deberían pasar sin pena ni gloria por nuestras vidas acaban siendo determinantes en momentos clave.

Compartimento Nº 6

El tren tan solo es la excusa para que dos perfectos desconocidos entablen una relación que se va forjando a fuego lento, donde en cada parada y cada exploración del vasto país se van retirando más las capas hasta llegar a un pequeño núcleo, tanto en lo que respecta al territorio ruso como a sus personalidades; y donde gracias al aislamiento del vehículo, la calidez, el aire viciado, los recuerdos que se desvanecen como la nieve derretida, el deseo de dejarlo todo atrás para comenzar de nuevo en otro sitio y los planos tan cercanos a sus rostros se forma el caldo de cultivo ideal para que la frialdad y la dureza inicial inherente al clima externo se transforme en algo mucho más reconfortante donde los estereotipos acaban cayéndose.

Dado que ambos pasajeros son los personajes que sostienen la película, los dos actores, Seidi Haarla y Yuriy Borisov, abordan sus roles con muchísima naturalidad, en unos de esos ejercicios de contención donde un sencillo gesto revela algo nuevo y donde parece que más que a unos actores delante de la cámara interpretando un papel casi que se puede hablar de dos personas de carne y hueso siendo honestas consigo mismos en una travesía de la que a veces hay que apartar la mirada de tan genuina que resulta.

Como contraparte, si su introspección es su mejor aliado, en ocasiones también puede resultar un arma de doble filo, ya que hay momentos en la cinta donde tal vez no habría sido imprescindible que el tiempo se dilatara tanto o se habría agradecido alguna explicación de más. Esto último también es aplicable para él, pues mientras de ella prácticamente se conoce la información determinante por mucho que se trate de su historia, sí queda la sensación de que se podría haber sabido algo más de él de manera más explícita y no dejarlo solo a la intuición.

En resumen, es una película que requiere paciencia, casi tanto como su recorrido a lo largo de ciertas noches a bordo del tren, pero si uno se deja llevar por el traqueteo de las ruedas, la tranquilidad que supone el encuentro fortuito entre dos extraños y el efecto reparador del viaje llegará con una sonrisa al final del trayecto. Y es que a veces hay estereotipos que son ciertos, como que en ocasiones lo que importa no es el destino sino el viaje en sí.

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