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El chico y la garza

A la hora de pensar en grandes estudios de animación es probable que la mayoría tendamos a pensar en Disney, en Pixar o Dreamworks, una tendencia con predominancia anglosajona. Pero si hay un estudio fuera de la órbita angloparlante que ha podido mirar de frente a Disney en cuanto a la calidad de sus largometrajes ha sido el Estudio Ghibli. De cara a reconocimiento crítico al estudio creado por Miyazaki tampoco le ha ido mal a lo largo de sus casi 40 años de existencia, llegando sus filmes a estar nominados en varias ocasiones a los Óscar e incluso alzándose con el galardón gracias a El viaje de Chihiro. Con las habituales declaraciones de Miyazaki de inminente retirada como director y con un trabajo propio reciente, era normal que su nueva película despertase todo tipo de curiosidad y expectativas.

Mahito es un niño que tras la repentina muerte de su madre durante la Guerra del Pacifico se ve obligado a trasladarse con su padre de su Tokio natal a un pequeño pueblo. Allí conoce a una extraña garza, un animal que le insiste a Mahito que su madre sigue viva y que para reunirse con ella debe adentrarse en una torre cercana a su nuevo hogar, una construcción que resulta ser un portal a otros mundos.

Recabando un poco de información acerca del origen de la película, en todos los sitios se destaca que Miyazaki para hacer el guión tomó parte del argumento de la novela ¿Cómo vives? de Genzaburo Yoshino, a lo que también se aclara que la historia de la cinta es original y no está directamente relacionada con el libro. Y es que en todo momento se nota la mano de Miyazaki respecto al devenir de la historia: Un detonante trágico fruto de un conflicto en Japón, un protagonista con rasgos de inadaptado, una llamada a la aventura a medio camino entre lo estimulante y lo terrorífico, un sutil escáner de la sociedad del país en ese determinado periodo que a día de hoy sigue vigente, y por encima de todo, un despliegue fascinante de imaginación con un tono pesimista pero sabio que solo poseen los grandes maestros.

Ciertamente el detonante para Mahito y para los espectadores de ese reencuentro con su madre tiene un componente emocional que funciona y hace que los engranajes de la trama se pongan en marcha. Aunque en esta ocasión se cumple esa frase hecha de que en el viaje no importa el cómo llegues al destino, sino el propio viaje, ya que es durante la travesía cuando más descubre uno sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodea. Bajo este lema en ocasiones puede dar la sensación que la película está más interesada en mostrar esa aventura en la que se ve envuelto Mahito, especialmente durante el nudo, dejando la vertiente narrativa algo más a la deriva y poniéndolo todo en manos de las posibilidades estilísticas que brinda la animación. Una animación que por otra parte es excelente como acostumbra el estudio, con una predominancia de la animación 2D y con algún que otro toque de 3D, pero donde prima ese mimo y cuidado por los escenarios, los tonos más suaves para el mundo más real mientras que para la fantasía hay una explosión de colores y unas secuencias que para bien y para mal se quedan incrustadas en la retina. Personalmente jamás volveré a ver a las garzas, los pelícanos y sobre todo a los periquitos de la misma manera.

El chico y la garza

Los temas sobre el duelo y la muerte impregnan la película a lo largo de su duración. Puede que no se aborden explícitamente o que ni Mahito ni su padre se detengan a hablar sobre ello, pero si uno ve las criaturas con las que se topa Mahito durante su aventura por la torre encontrará que la vida, la muerte, el instinto de supervivencia y el renacimiento están siempre bien presentes. Temas que por otra parte afloran con mayor facilidad durante los tiempos de guerra. No es de extrañar que Miyazaki optase por poner la Guerra del Pacifico como telón de fondo para abordar a su manera estas cuestiones, que, si uno lee entre líneas, podría tomar ciertos fragmentos como su legado con esa posición pesimista a través de uno de los personajes principales y al mismo tiempo como esa ligera luz al final del túnel con Mahito donde siempre queda un hueco para la esperanza.

El tiempo dirá si se trata del último filme de Miyazaki como director y guionista, y a la vez será el encargado de darle el lugar que merece entre la filmografía del mítico estudio. Por ahora nos toca quedarnos con este regalo de una de las voces más singulares dentro de la animación y tal vez desear que su creatividad y sus ganas de contar historias sigan intactas durante más tiempo.

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