El regreso
En 2018, se puede decir que llegué de casualidad al cine de Andrey Zvyagintsev para quedar fascinada de algún modo. Sin embargo, no ha sido hasta ahora que he decidido seguir indagando en su filmografía para ver si se confirmaban esas buenas sensaciones, y el caso de hoy era la cinta suya que más me llamaba la atención: El regreso.
Ivan y Andrey son dos hermanos que viven en un pequeño pueblo ruso con su madre y su abuela. Un día al llegar a casa se encuentran con que su padre, que lleva ausente 12 años y del que solo tienen recuerdos por una foto, ha regresado. Este retorno levantará muchas preguntas entre los hermanos y la familia, pero el padre ausente buscará recuperar el tiempo perdido con sus hijos mediante un viaje en coche a través de la vasta estepa del país.
Al igual que ocurría en Sin amor, la historia gira en torno al núcleo familiar, o más bien a una carencia dentro de ese núcleo familiar que pretende ser cálido. Y con ese nuevo jugador en el tablero, los cimientos más férreos amenazan con desmoronarse. Esto es bastante notable en las actitudes que ambos hermanos demuestran hacia su progenitor: Mientras que Andrey está más que dispuesto a complacer a su padre y se muestra encantado de finalmente tener una figura masculina que le sirva de ejemplo, Ivan al ser el menor siente mucho más recelo y desconfianza, de los dos es el que más se atreve a cuestionar su comportamiento y sus decisiones y el que parece más empeñado en no poner las cosas fáciles. Ambas posturas resultan totalmente comprensibles y guardan cierto contraste con la percepción inicial de cada uno.
Pese a que pueda resultar demasiado hermético y para algunos incluso frustrante, considero que es un acierto no saber cuales son las verdaderas intenciones del padre y por qué ha vuelto, y este recurso es incluso más válido si esas dudas las tienen tanto los hijos como los propios espectadores. Durante todo el metraje se puede intuir que es un tipo con alguna clase de pasado turbio, y ciertamente la severidad de la educación rusa hacia sus hijos también está presente en él (en ocasiones de forma muy drástica), pero no importa tanto su pasado sino el cómo va a desenvolverse con su familia en el presente y qué clase de relación se puede forjar.
Este conflicto paternofilial no es tan solo lo que mueve la historia, sino el único conflicto que se ofrece y que al final acaba siendo un duro pasaje hacia la adultez. Esto hace que el ritmo sea bastante pausado y contemplativo, pero generalmente constante en el que de vez en cuando hay una pequeña escalada de tensión que pone en alerta a los espectadores y a los personajes antes de volver a una aparente y frágil calma. A ese estado a medio camino entre serenidad y frialdad contribuye de manera inestimable la fotografía de Mikhail Krichman, donde los tonos grises y azules son una constante, donde el paisaje adquiere vida propia en cada fotograma y donde la adaptabilidad del agua adquiere nuevos significados. Llama también la atención el poco uso de música diegética, pues solo hace acto de presencia en algunos de los momentos más dramáticos o en aquellos que los personajes se funden más con el entorno.
Así como el superlativo trabajo de fotografía y el particular estilo de Zvyagintsev para la narración introspectiva, hay que detenerse en los tres actores principales, en especial con Konstantin Lavronenko como el misterioso y estricto padre y con el joven Ivan Dobronrarov, que interpreta al mismo Ivan y que es capaz de descargar un resentimiento acumulado de la forma más brutal.
Finalmente, entre tanta calma y unas posturas tan contrapuestas entre padre e hijos, el desenlace si bien esperable no deja de ser crudo, evidenciando que da igual los sentimientos que se puedan tener hacia un progenitor, pues al fin y al cabo no deja de ser una figura que cada uno necesita en su vida. Pero esto último es más conclusión personal de un relato donde cada uno puede sacar sus lecturas y que se quedará rondando por la mente tiempo después de que hayan pasado los créditos.