Instinto
Hace algunos años, una de las profesoras responsables de mi formación tuvo uno de esos días en los que decide no dar clase y en su lugar nos hizo ver una película para perder un poco el tiempo y distraer a los alumnos sin mucho esfuerzo. La verdad es que tengo que agradecer la elección de la profesora pues la película resultó ser más interesante de lo que yo imaginaba y, aunque se quedó en mi memoria, me di cuenta de que no trascendió en la de los demás. Pasó sin pena ni gloria y no figura entre los grandes filmes o en las listas de recomendaciones. Aunque no es del todo desconocida, no tuvo mayor repercusión debido a sus errores que, al parecer, pesaron más que sus aciertos. Les hablo de Instinto (1999), dirigida por Jon Turteltaub.
El doctor Ethan Powell (Anthony Hopkins), es un antropólogo especializado en primates que se encuentra en una prisión para enfermos mentales acusado de haber asesinado a unos guardabosques en Ruanda, después de haber pasado dos años viviendo entre gorilas. Tras varios años de encierro lo más peculiar del doctor, es que desde su detención no volvió pronunciar ni una palabra, se muestra retraído y agresivo. Esta situación llama profundamente la atención del psiquiatra Theo Caulder (Cuba Gooding, Jr.) quien bajo la tutela de Dr. Ben Hillard (Donald Sutherland), someterá a Powell a tratamiento para lograr que hable y explique sus crímenes y se reencuentre con su hija Lynn (Maura Tierney).
Uno de los grandes aciertos de esta cinta, es su banda sonora, cuya composición estuvo a cargo de Danny Elfman y en gran parte es esa música la que cuenta la historia, la que mueve los sentimientos y marca las transiciones temporales. Pareciera que la película fue hecha para representar visualmente a la música y no al revés. Acompañada de las actuaciones de Anthony Hopkins y Cuba Gooding Jr. que están a la altura de cualquiera de sus mejores trabajos.
La historia poco a poco se va convirtiendo en una lección de vida, la narración resulta hipnótica, los discursos de los personajes conmueven y describen una perspectiva de la vida fuera de las leyes, del control y del dominio de unos sobre otros, en realidad del hombre sobre la naturaleza e, incluso, del hombre sobre sí mismo. El guion está bien construido, con un ritmo armonioso; basado en la novela “Ishmael” de Daniel Quinn cuya adaptación fue hecha por Gerald Di Pego.
La fotografía también es destacable, sobre todo en los paisajes naturales, pues es capaz de representar al humano como visitante o intruso en el mundo de los gorilas, sin ser ellos los protagonistas se muestran como dueños de su territorio y se genera un contraste fuerte con las escenas de la prisión que provoca un sentimiento de pérdida de la libertad.
Pero ¿cómo es posible que una película que parece tenerlo todo para se exitosa no logró la popularidad que podría haber merecido?, el problema está en la historia que no es para nada mala pero que sí parece una copia de otras películas como “El silencio de los corderos”, “Gorilas en la niebla” o “Alguien voló sobre el nido del cuco”, formando un pastiche que parece haberle incomodado a más de un cinéfilo exigente que vio en Instinto una receta preconfigurada que adopta los convencionalismos Hollywoodenses para evitar cometer ningún error.
Y aunque quienes tienen esa opinión coinciden mucho con la realidad de la película, tampoco me parece justo negar que es buena y por lo menos en mi memoria sí logró trascender por su música, por la interpretación de los actores, por las imágenes que no se han borrado de mi cabeza y por los diálogos que en este momento histórico por el que atraviesa la humanidad, más que en el año de su estreno, pueden incidir fuertemente en las emociones del público.
“La libertad está ahí fuera, solo hay que cruzar los muros que nosotros mismos construimos”.