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La Autopsia de Jane Doe

Desde que en 1995 David Fincher estrenase Seven, el término anglosajón John Doe quedó grabado a fuego en la memoria de todos aquellos que la vieron. Pero para quienes no lo sepan, John Doe, o en su vertiente femenina, Jane Doe, es el nombre que se le designa a alguien cuya identidad es en principio desconocida. Por ejemplo, en el caso de un alias o cuando hay un cadáver que no tiene identificación, como el que da nombre al título.

Tras investigar el escenario de un crimen, Tommy y Austin Tilden, padre e hijo de la funeraria local, reciben un misterioso cadáver de ese escenario y aparentemente no tiene ninguna causa visible de muerte.

Desde la sencilla pero cuidada aparición del título de la película, se respira un ambiente de desasosiego que no está ligado con imágenes perturbadoras. A partir de ahí, habrá momentos de calma en lugares en los que debería reinar esa sensación pero con una pequeña sensación de temor. Si antes he mencionado la cinta de Fincher, tras ver la primera escena tengo que volver a nombrarla. La investigación, la puesta en escena o el montaje con el que transmite al espectador las suposiciones sobre lo que ha sucedido están cuidadas al detalle. Tras está presentación, sería muy fácil pensar que se trata más de un thriller al uso, pero no tardará en hacer estremecer al público mediante descubrimientos.

La Autopsia de Jane Doe

Ya han presentado la situación, ¿y los personajes? Con unas breves pinceladas, muestran la relación que tienen padre e hijo, el carácter de cada uno, como se relacionan los dos con el mundo exterior y el contexto. Tan solo hacen falta unas lineas de diálogo, que dependiendo de la situación, pueden cargar matices de drama o de un humor muy negro que provocará risas en el público. Brian Cox como Tommy y Emile Hirsch como Austin llevan prácticamente todo el film sobre sus espaldas, construyendo un vínculo capaz de traspasar la pantalla y siendo los ojos del espectador, pues ellos van descubriendo los macabros hallazgos de manera simultánea.

Cada cultura tiene sus ritos para honrar a los difuntos. Sin embargo, nadie sabe lo que hay más allá de la vida. ¿Hay un descanso eterno? ¿Existe la reencarnación? ¿Tiene el alma un poder para estar presente en el plano terrenal? y si es así, ¿su influencia puede ser benigna o maligna? Durante décadas el cine, la literatura e incluso sucesos reales han tratado de enseñarnos que no se debe perturbar el descanso eterno, con algunos ejemplos como el descubrimiento del sarcófago del Faraón Tutankamón o de prácticas como la nigromancia. A pesar de las advertencias, el ser humano sigue sintiendo morbo por la muerte. Tal y como señala Tommy Tilden: “El por qué hay que dejárselo a la Policía y a los psiquiatras. Aquí solo estamos para encontrar la causa de la muerte”.  No deja de tener cierta connotación noble de buscar justicia, pero deja entrever que hay todo un equipo dedicado a tratar la muerte de alguien.

La Autopsia de Jane Doe

Es aquí cuando entra esa misteriosa Jane Doe. Sometida a un examen superficial de su cuerpo, parece que no hay una causa determinante, por lo que habrá que indagar más. Lo que el público y los forenses no saben es que a medida que vayan descubriendo más sobre el cadáver, menos lógica parece tener. El misterio se irá complicando e incluso se puede llegar a pensar que no habrá forma de resolver el enigma de forma satisfactoria. Mediante un majestuoso crecendo de la tensión, un aprovechamiento al máximo de cuatro paredes en forma de morgue, una banda sonora que le da cierto toque gótico y una canción que cuando uno presta atención a la letra se le congela la sangre, la mitad de la película logra mantener en vilo. Posteriormente, llegarán los sustos, pero no abusa de ellos con estridentes subidas de volumen o con unos zooms pronunciados. Se ayuda más de las sombras, de los espejos y del sonido de una campanita. Por supuesto que a partir de ese punto va a haber mayor sucesión de imágenes que busquen impacto, pero muy bien medidas. Y debo decir que ese pequeño guiño a El Resplandor lo disfruté mucho.

Debo decir que a pesar de que la resolución sea satisfactoria, la noté muy apresurada. El ritmo durante todo el film se tomaba su tiempo para los hallazgos y las exposiciones sin caer en lo aburrido, mientras que en su recta final pisa el acelerador y no deja el suficiente tiempo para que el espectador lo asuma. Vuelvo a recalcar que aunque peque de ese defecto, la conclusión es coherente y no se marca un deus ex machina. Y sin entrar mucho en el terreno de los spoilers, ese elemento clave en la resolución fue de mis momentos favoritos. Finalizar diciendo que el título reza la palabra “autopsia”, por lo que hay una pequeña dosis de casquería inherente a la palabra que podrá contentar a los fans de la sustancia roja. Pero para los más sensibles, no se trata de nada que no se haya visto en CSI o Bones, por citar dos ejemplos. Sobra decir que queda muy recomendada.

Una historia que demuestra que el terror con tintes sobrenaturales todavía puede ofrecer proyectos interesantes y originales. Por ello y por todo lo mencionado, resulta una muy digna ganadora del premio del jurado en la pasada edición del festival de Sitges.

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