La Fuente de la Vida
Hace unos meses comenté lo que me había parecido esa gigantesca producción llamada El Atlas de las Nubes. Una de las características que destaqué antes de comenzar a hablar de la película en sí era que inevitablemente dividía al público por la complejidad narrativa y por los temas expuestos. Pues bien, hoy vengo a comentar la cinta que podría ser de su familia.
Tommy es un cirujano busca con desesperación la cura para su esposa Izzi, que padece cáncer. De forma simultanea, ella ha escrito una historia que comienza en la España medieval que tiene como fin encontrar el árbol de la vida y que se irá entrelazando hasta llegar a un lejano futuro.
Qué tarea más ardua es explicar el argumento de este film. Para complicarlo todo, su prólogo no hace más que desconcertar al espectador, dando un breve vistazo a cada una de las tres historias que en apariencia no tienen ninguna clase de nexo pero que se desarrollaran de forma posterior. Hubiese preferido que comenzase en el presente explicando adecuadamente la situación. Pero solo es un pequeño bache porque a medida que avanza la mejora es notable. Por supuesto que sigue habiendo una narrativa fragmentada y no siempre termina de hilar adecuadamente y expresar con toda la claridad que pretende. Ese detalle puede ahuyentar al público menos paciente aunque en este caso no es una película que le recomendaría a una gran cantidad de gente. La clave reside en la emotividad del viaje. Por comparar con la cinta de las Wachowski, tenía una duración mucho más extensa por lo que interconectar todas las tramas resultaba más sencillo hasta cierto punto. Es cierto que en el caso de Aronofsky la historia no llega a hacerse pesada una vez que ha mostrado todas sus cartas y termina en el momento adecuado, pero no puedo evitar preguntarme si a lo mejor hubiese tenido unos minutos más todo hubiese quedado más atado.
Uno de los elementos positivos que merece la pena destacar es su temática. En ningún momento deja de lado una sencilla historia de amor como excusa para hablar sobre como la muerte y la vida van de la mano, en una simbiosis pura dando como resultado el continuo renacer. El realizador planta la semilla sobre esta filosofía. Sin embargo, deja margen para que el espectador le de su propia interpretación. Por si eso fuera poco, dentro del tema, logra llegar a los sentimientos más humanos: El miedo a la muerte, como el amor no tiene límites espaciales ni temporales y que siempre hay un rayo de esperanza por muy oscuro que este todo.
Para ti, solo existe la muerte. Pero nuestro destino es la vida.
No puedo hacer otra cosa que deshacerme en elogios hacia el casting. Hugh Jackman se entrega por completo a lo que pide la cinta y logra brindar una de sus mejores actuaciones. Por otro lado, Rachel Weisz como Izzi logra ser hipnótica y representar a la perfección esa dualidad entre la vida y la muerte. Ellos son la película. Consiguen transmitir una amplia gama de emociones solo con los ojos y aguantar los primeros planos en todo momento dando como resultado sentimientos genuinos que son oro. También hay algunos personajes secundarios entre los que destaca la Doctora Lillian Guzetti, interpretada por Ellen Burstyn. En todas las escenas en las que hace acto de presencia logra brillar.
Volviendo a los primeros planos, el montaje puede ser otra característica que puede echar para atrás a una parte del público: Tan pronto se muestra un gran plano mostrando los escenarios abiertos o cerrados en todo su esplendor como se ve un plano detalle de una daga o una parte del rostro. Los que estén familiarizados con el trabajo del director probablemente no tengan ningún problema en estos saltos tan pronunciados. También abundan los planos cenitales, que son comprensibles cuando se descubre el meollo de la cuestión. Pero, ¿son realmente necesarios tantos planos cenitales y tantos primeros planos? ¿Qué aportan a la historia de esa forma que de otra manera no aportarían? ¿Es un mero trabajo artístico destinado para el lucimiento del autor? Todavía sigo debatiéndolo.
El resultado acaba siendo más brillante gracias a dos colaboradores habituales de Aronofsky: Por un lado está Matthew Libatique en la fotografía que se acomoda a cada época retratada con maestría y las hace todas muy distintas (ese futuro es bellísimo) y el encargado de la banda sonora, Clint Mansell. Sus composiciones en este caso logran traspasar los límites corporales hasta alcanzar el nirvana.
Para finalizar, quisiera añadir que no basta con ver la película una sola vez, si no que creo que con dos se puede llegar a entenderla mejor. Sabiendo como acaba, las piezas adquieren un nuevo sentido. Y con un nuevo visionado, puede ser una experiencia más emocional o más racional. Claro que esto solo es válido sí has salido satisfecho una primera vez.