Los muertos no mueren
Si Jim Jarmusch, responsable de hacerme experimentar emociones sublimes, no fuese el director de “Los muertos no mueren”, no la hubiese visto.
Este director norteamericano ha sido capaz de crear un universo único donde se rige bajo sus propias reglas y sólo él puede romperlas a su conveniencia, dotado de una singular creatividad, Jarmusch nos lanza siempre temas de gran interés social como en este caso lo es el cambio climático, y abarca constantemente temas bizarros y de un interés muy específico como en esta película lo son los zombies.
Como un sueño en el que la lógica no existe pero donde sin embargo existe cierta coherencia y similitud con la realidad, esta película se encuentra en un limbo entre lo que se sabe escrito en un guion cinematográfico y lo que se desconoce de la vida real. Tres agentes policiales velan por la seguridad de los ciudadanos de un pequeño pueblo de los Estados Unidos donde todos se conocen y donde todo transcurre con una normalidad desesperante, hasta que un día, a raíz de los fuertes cambios climáticos que sufre nuestro planeta actualmente, suceden ciertos fenómenos que traen como consecuencia la reanimación de los muertos.
No soy muy conocedora del tema (ni de cambios climáticos ni de zombies) pero lo que si sé con certeza es que este relato y su estructura narrativa por tan absurda y ridícula que parezca, tiene una dosis de genialidad imposible de ignorar. No estoy segura de cuál es el hilo más común utilizado para hablar de los muertos vivientes, sin embargo, reconozco el gran trazo de pop culture que le agrega Jarmusch a esta comedia hipster que a su vez intenta ser macabra, sin lograrlo realmente.
Lo más impresionante del film es parte de su reparto (Tilda Swinton, Bill Murray y Adam Driver), por el que piensas que la película no puede ser decepcionante. Estas tres figuras, siendo Murray y Driver junto a Chloë Sevigny los policías y Tilda Swinton una misteriosa mujer proveniente de Escocia, llevan la trama de manera pasible e interesante, y nos deja esperando siempre la próxima escena, el problema es que a medida de que avanza el film, se vuelve más de lo mismo. No se necesita poseer un conocimiento exhaustivo sobre zombies para saber cómo se ven (en su forma mas cliché), cómo caminan, cómo se comportan, etc. Parece una repetición de los mismos estereotipos, sin aportar nada demasiado innovador dentro de una producción que intenta verse como indie pero que tiene toda las características de ser una película comercial.
Es decepcionante ver esto luego de que Jarmusch ha tratado a figuras míticas como los vampiros en “Sólo los amantes sobreviven” de una manera tan exquisita y tan elevada, habiendo éstos sido maltratados en tantas otras películas por otros directores, y ahora es el mismo Jarmusch quien maltrata al universo de los zombies. Los coloca frente a una posición que pareciera burlesca pero no sé si es realmente su intención. Muertos vivientes como Iggy Pop, sacando las manos de sus tumbas para luego encontrarse en las calles y alimentarse de las entrañas de los vivos, atados para siempre a la última actividad que realizaron o a la palabra que los definía, como “café”, “chardonnay” y “wi-fi“. Esto último me me parece genial ya que es una crítica bastante ácida a esta sociedad consumista y viciosa pero el resultado global de la cinta deja mucho que desear.
Proyectada en el marco del Festival de Cannes, siendo seleccionada para abrir la ceremonia, “Los muertos no mueren”, es ridícula, genial, decepcionante y magnética. Un cóctel de contradicciones que nos deja como zombies al salir de la sala de cine, con la palabra que nos queda colgando de los labios y que perdimos durante la proyección pero que después de todo, es relativo : tiempo.