Nunca Volverá a Nevar
¿A cuántos les sucedió que ahora que ya finalizaron las fiestas decembrinas y, para algunos, ya se terminó el periodo vacacional, les quedó un sentimiento de renuencia a continuar la rutina y les llego una pequeña depresión que cuesta superar? Pues les vengo a platicar que encontré la película que combina perfecto con este ambiente, se trata de Nunca Volverá a Nevar (2020) de Malgorzata Szumowska, cuyos temas centrales son la depresión, la dicotomía entre pasado y presente y hasta algunos conflictos sociales.
En esta historia seguimos el día a día de un inmigrante ucraniano de nombre Zhenia (Alec Utgoff) quien se dedica a dar masajes en una lujosa zona habitacional de Varsovia. Pero no cualquier masaje, sino que parecen ser masajes curativos que se acompañan con sesiones de hipnosis que van a enfrentar a los personajes con su pasado, devolviéndoles una sensación de alivio, renovación y energía que parece algo fuera de este mundo. Y, aunque, en un principio esa simple idea no engancha mucho, sí tiene virtudes que vale la pena destacar. La película inicia con una secuencia larguísima de planos sugerentes exageradamente cuidados que no funcionan ni para conocer al personaje ni para dar contexto, pero sí para entender el tono suave y pausado de la película y da pauta para entender que no es un cine para todo público. Eso sí, también es la introducción una colección fotográfica muy rica y bien trabajada por parte de Michal Englert.
Al ser un inmigrante, Zhenia, se tiene que valer de sus habilidades cuasi mágicas y milagrosas de hipnosis para conseguir un permiso para trabajar en esa exclusiva zona habitacional, que por cierto es la cosa más monocromática, triste, aburrida y estresante; que además está habitada por personas con serios conflictos emocionales que literalmente se pelean por tener que compartir al masajista y porque son tan entrometidos como tus vecinos de enfrente, porque así es la humanidad, no podemos controlar nuestra propia vida, pero estamos muy al pendiente de la vida de los demás.
La música que acompaña las escenas destaca algunos clásicos que encajan bastante bien, haciendo aun más pesado el ambiente. Pero destaca de forma hilarante el tono un estridente de los timbres de las puertas de los clientes de este peculiar masajista, que a veces son lo más alegre de esos cuadros grises y casi permanentemente invernales.
Obviamente el corazón de Nunca Volverá a Nevar es justamente el simbolismo de la nieve que tiene un trasfondo primero, social, pues parte de una especie de discriminación muy difuminada que tiene una estrecha relación con el accidente nuclear en Chernobyl, que además va a ser un hilo conductor de esta historia muy fuerte. Por otro lado, tiene un rasgo emocional, como un anhelo melancólico de cosas que en algún momento los personajes dieron por sentadas, pero que no necesariamente van a volver a sus vidas. Finalmente esconde un discurso sobre el cambio climático que, a pesar de no ser evidente al principio, se suelta como una bomba que después es un poco difícil olvidar.
Además de todo esto, es importante mencionar que esta película se sostiene más por sus aspectos visuales, gestos de los personajes y detalles simbólicos que por sus diálogos, por lo que habrá grandes periodos de silencio que resultan un tanto abrumadores y deprimentes.
Aunque Nunca Volverá a Nevar es pesada y por momentos, difícil de ver, el conjunto de sus elementos se siente como este momento en el que se nos ha ido el espíritu festivo y más ahora que el cambio de año se sintió un poco insípido, con tradiciones casi tan desdibujadas como esa nieve de la película que parece que no volverá.