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Con una filmografía breve pero muy potente, la dupla conformada por Veronika Franz y Severin Fiala han sabido hacerse un nombre entre el género del terror con un estilo muy particular de apostar por la atmósfera e indagar en la sique de sus personajes, apostando claramente por un terror de corte más psicológico que deja huella tras el visionado. Las expectativas por su nuevo trabajo eran altas, y se volvieron todavía mayores tras ganar el premio a mejor película en la última edición del Festival de Sitges. Para esta ocasión, Franz y Fiala más que nunca confían el devenir de su película a la ambientación y al horror que subyace en el fondo, apostando más por el drama real que por el terror.

Ambientada en Austria en el siglo XVIII, una mujer tras asesinar a un bebé es brutalmente ejecutada y su cadáver es expuesto por su crimen. Poco después, Agnes, una mujer muy devota, se casa con Wolf y se prepara para su vida de casada. Sin embargo, después de este acontecimiento Agnes empieza a sentirse cansada y pesa sobre ella la sensación de soledad a la vez que oscuros pensamientos comienzan a agolpar su mente.

Lo sucedido en los juicios por brujería en Salem han pasado a formar parte de la memoria colectiva, dando forma al mito de esa criatura que existe en casi todas las culturas que es la bruja. Pero viéndolo con retrospectiva, lo sucedido en aquella población de Massachusetts fue la consecuencia de una moral ultra religiosa que no aceptaba nada ni a nadie que se saliese de sus dogmas, y especialmente estaba contra aquellas mujeres que se saliesen de un estricto código de conducta. Por supuesto, los castigos proporcionados a dichas mujeres no fueron exclusivos de Estados Unidos. En el viejo continente se guardan registros en varios países, con diferentes tipos de fe donde esa práctica era habitual y no había nada sobrenatural de por medio, tan solo una diferencia al estilo de vida normativo y el miedo irracional a lo desconocido. Ayudándose de un ensayo donde quedaron documentados esos casos, Veronika Franz y Severin Fiala han creado su versión sobre alguna de esas trágicas historias.

Uno de los fuertes del tándem austriaco es crear entornos muy opresivos con pocos personajes a su disposición, de modo que el ambiente tan malsano acaba por asfixiar tanto a sus personajes como a los propios espectadores. Y por la temática no es de extrañar que en cuanto a ambientación e historia la cinta pueda confundirse con una producción de A24, en particular con La bruja o salvando las distancias con Midsommar. El cuidado por los escenarios, la manera de iluminar las localizaciones en esos bosques tan frondosos y con aguas tan traicioneras, casi como si se tratase de una leyenda siniestra o de un oscuro cuento de hadas, o la sensación general de que uno se ha trasladado varios siglos atrás en el tiempo está bien presente en cada fotograma. Y el ver poco a poco el descenso anímico de Agnes, uno tiende a ser agradecido por haber nacido en el siglo actual pero a la vez entiende a la perfección todo el peso que cae sobre ella y todos esos sentimientos negativos sobre sí misma y su entorno que se apoderan de su cuerpo y su mente.

El baño del diablo

Al igual que sucedía con la muy recomendable November, Agnes y los espectadores se meten de lleno en una comunidad rural, donde todos son indispensables para el trabajo, el hambre asoma la patita por cada rincón y la gente está consumida por unas férreas creencias religiosas. Poco importan los deseos de un individuo concreto, y menos si se es mujer, pues hay que cumplir con una serie de deberes. Esto inevitablemente conduce a la desesperación en muchos casos, una desesperación fundada en palabras pronunciadas por curas que llevan a las personas a cometer actos abominables con tal de obtener algún tipo de liberación o por la simple posibilidad de sentir algo en esa existencia gris.

En medio de toda esa vorágine de folk horror está Agnes, interpretada por Anja Plaschg, a quien la cámara sigue en todo momento en un perpetuo estado de entumecimiento, donde por mucho que intente dar lo mejor de sí misma siempre va a haber alguien entrometido asegurando que lo está haciendo todo mal y haciendo mella en su psique. La cámara también hace un gran trabajo con ella a la hora de sugerir ciertos aspectos que podrían estar relacionados con la vertiente más fantástica, creando un velo de ambigüedad a lo largo de todo el filme que pone los vellos de punta. Y por supuesto, todo desemboca en un tenso final donde Plaschg lleva hasta las últimas consecuencias esa desesperación que ha ido rumiando a lo largo del metraje y la deja salir de la forma más angustiante posible en la que es la escena más memorable de la película, donde esa liberación tiene más de ansiedad que de alivio.

Tal vez se trate del trabajo de Franz y Fiala que más se aleje del terror convencional y donde toda su apuesta es sobre el envoltorio más que sobre el contenido. O mejor dicho, donde el contenido toma su tiempo en revelarse como tal, pero merece ver la pena como se va desenvolviendo.

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