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Optando por una tónica más continuista en la que debo hacer gala de recomendaciones que se tornan gratas sorpresas, hoy toca comentar una película que posiblemente no sea del gusto de todos los públicos, pero por elementos particulares que contienen sus fotogramas no he podido evitar caer rendida ante ella. Os hablo de November.

Basada en la novela Rehepapp ehk November de Andrus Kivirähk, la historia se sitúa en un pequeña pagana de Estonia, donde todo tipo de criaturas o entes campan a sus anchas entre los pueblerinos. El principal problema de los aldeanos tiene que ver con la supervivencia durante el invierno, y para ello están dispuestos a casi cualquier cosa, incluyendo a quién le rezan. De forma paralela, la joven Liina está perdidamente enamorada de Hans, y también está muy decidida a recurrir a la magia para recuperar su amor.

Lo cierto es que, desde sus primeras escenas (particularmente la segunda) la cinta no deja a nadie indiferente. Y es increíblemente meritorio que consiga mezclar tantos conceptos temáticos y estéticos sin zozobrar, pues el contraste está a la orden del día. El principal protagonismo lo adquiere esa bellísima fotografía en blanco y negro, donde aquellos segmentos en los que predomina el blanco se enfatizan elementos de la naturaleza más indómita, así como cierta falsa calma; mientras que aquellas escenas en las que el negro prevalece se puede palpar la fantasía, el folclore y el peligro del lugar. Todo ello envuelto en una atmósfera onírica y de surrealismo como pocas veces se ha logrado y en la que nota la influencia de Bergman en cuanto al tratamiento del subconsciente, la percepción de la realidad y el uso de algún recurso más propio del teatro para la representación de ciertos conceptos.

A nivel estético la película podría haberla realizado la productora A24, y especialmente Robert Eggers, dado que su ambientación rural, el enfrentamiento entre diferentes creencias, el ritmo pausado pero consistente o el gusto por las leyendas locales hacen que se venga a la cabeza con facilidad La bruja. Sin embargo, las referencias no se quedan ahí, pues a la hora de hablar de contrastes el filme tiene dos muy particulares por encima de todo, y son las capacidades casi innatas para mezclar lo escatológico con la belleza, al igual que la tradición con la modernidad. Lo primero da lugar a momentos de humor bastante necesarios, que tal vez no todo el público sepa pillarles el punto, pero para quien sea capaz de atravesar esa barrera ciertamente resulta gratificante. Y respecto al segundo contraste el mejor ejemplo de como se combina lo viejo con la novedad sería través de los kratt, unas criaturas que por su composición digna de monstruo de Frankenstein podrían estar sacadas de cualquier relato steampunk y que destacan por sí solas en un ambiente tan rural, aunque son parte directa de la mitología más profunda del país báltico.

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Por si fuera poco, también son visibles características del realismo mágico a lo largo del relato, o incluso del western si uno se para a pensar que la meta final de los aldeanos es sobrevivir al crudo invierno en un territorio que parece lo contrario a hospitalario, donde no importan que métodos se empleen ni qué tratos se hagan con tal de garantizar la propia supervivencia. Asimismo, a esa atmósfera de ensoñación es más sencillo agregarle un aura de cuento de hadas muy oscuro si se tiene en cuenta que la historia principal que narra la cinta no es otra que una historia de amor con la magia que parece envolverlo todo. Y en las ocasiones en la que esa historia de romance pasa a ser lo principal es cuando la película brilla más, pues son todos los elementos estéticos y temáticos de la cinta se ciernen con sencillez sobre Liina y Hans.

Y hablando de Liina, es Rea Lest la encargada de darle vida y sobre quien recae mayormente el peso de la película, además de que tiene una habilidad encomiable para aguantar los primeros planos y una expresividad en la mirada muy especial, se trata de un personaje muy interesante que se va desgranando lentamente ante los ojos de los espectadores y que posee varios matices de gris.

El único pequeño defecto para quien escribe estas líneas que le puede encontrar a la película es que su ritmo requiere de cierta paciencia, y que de forma inseparable hay momentos en el segundo acto en los que tal vez haya una dispersión en la que no se entienda del todo bien por qué están contando lo que aparece en pantalla, o mejor dicho, si tiene algún propósito narrativo más allá de lo meramente visual. Pero finalmente todas las dudas iniciales se resuelven con creces, aunque para ello haya que traspasar una barrera que se antoja difícil y que no es plato para todos los paladares. Solo que si se degusta con delicadeza y la barrera se difumina con cierto entendimiento de ambas partes la recompensa es gloriosa.

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