Los pájaros
Debido al ciclo de Alfred Hitchcock en mi cine de referencia, mi habitual hitchfilia se está convirtiendo en una auténtica hitchobsession. Redescubrir algunas de las mejores obras del mago del suspense en pantalla grande está suponiendo sin duda una experiencia emocionante e intensa, que no solo me corrobora el genio del director británico, sino que, además, me proporciona una experiencia casi calcada (porque no puedo evitar ser hija de mi tiempo) a la de aquell@s espectadores que acudían en masa para disfrutar sufriendo con sus filmes. Si Vértigo me impresionó por su factura y maestría, Los pájaros lo ha hecho por su efectismo y capacidad para generar angustia en el espectador.
Son tres las películas de Hitchcock basadas en novelas de Daphne du Maurier, y curiosamente las tres marcan hitos importantes en su filmografía: Posada Jamaica (1939), que cierra su etapa británica y que a la autora desagradó hasta el punto de plantearse volver a venderle los derechos de cualquier otra de sus novelas, Rebeca (1940), que inaugura la etapa americana del director, y Los pájaros (1963), considerada por muchos su último gran filme.
Fue precisamente el inesperado éxito de Psicosis el que permitió que Hitchcock volviera a ser tomado en cuenta por los estudios. En concreto, Universal Pictures se apresuró a proporcionarle un abultado presupuesto (3.300.000 dólares frente a los poco más de 800.000 que había costado el humilde protoslasher, sobre el que podéis encontrar más información aquí) que le permitió volver a trabajar con rostros conocidos (aunque no rutilantes estrellas), y sobre todo, poner en práctica todo un repertorio de efectos especiales que intuyo que le hicieron sentir como un niño la mañana de Reyes. La recaudación, sin embargo, no fue ni de lejos tan abultada: 11.400.000 frente a los 60 millones de Psicosis.
Los Pájaros nos cuenta la historia de Melanie Daniels (Tippi Hedren), una Paris Hilton sesentera que se dedica a disfrutar de la fortuna de su padre. Un buen día conoce al abogado Mitch Brenner (Rod Taylor), al que con la excusa más tonta (pero absolutamente efectiva) sigue hasta Bodega Bay, un pueblecito pesquero cercano a San Francisco. Durante su estancia, una serie de incidentes protagonizados por pájaros de distintas especies provocarán el pánico entre la población y la acercarán a Mitch y su familia.
Partiendo de una premisa que bien podría relacionarse con la ciencia ficción y el pánico apocalíptico, pero que curiosamente está inspirada en episodios reales achacados a la ingestión de ácido domoico por parte de las aves, Hitchcock opta por un camino diferente y nos ofrece un thriller que es a la vez un drama, un retrato de relaciones insanas entre madres e hijos (que ya trató en la anteriormente citada Psicosis). La madre de Mitch presenta rasgos fácilmente reconocibles en la señora Bates, y Melanie culpa a la madre que la abandonó de su rebeldía y poca sesera. La relación que se establece entre las dos mujeres y su evolución constituyen la verdadera columna vertebral de la película, en detrimento de la trama romántica. El juego de miradas entre ambas y sus diálogos son los que hacen avanzar la historia a nivel emocional.
A pesar de la profundidad psicológica del filme, no es esto lo que un espectador recoge en un primer visionado. Y es que la amenaza de los pájaros sobre el pintoresco pueblo se va tornando cada vez más virulenta, y llegará a causarnos desde verdadera angustia a sensación de pánico y claustrofobia. Si bien es cierto que muchos de los efectos especiales han envejecido mal (sobre todo algunas de las cromas de los ataques de las aves), no debemos dejar de apreciarlos en cuanto a la época en la que fue producida. Mucho se ha criticado la escena de los gorriones en el interior de la granja Brenner, pero me resultó curioso que el montaje de los fotogramas había sido hecho teniendo en cuenta la profundidad y la colocación de las figuras humanas, de forma que algunos de los pequeños pájaros desaparecen y vuelven a aparecer por detrás de las mismas. La utilización de pájaros vivos en combinación con marionetas es sorprendentemente efectiva: en muchas ocasiones, hace falta fijarse bien para distinguirlos.
Pero no son esos recursos los puntos fuertes de Los Pájaros. Es la combinación de los ángulos de los planos, los movimientos de cámara, el montaje y el sonido los que paulatinamente acrecientan la inquietud del espectador. En muchas ocasiones el director nos muestra a los personajes desde un ángulo ligeramente contrapicado, consiguiendo la ilusión de acercar el techo a sus cabezas. En otras, como en la famosa escena de la cabina, aproxima la cámara hasta hacernos sentir que estamos encerrados en ella junto a la protagonista. De igual forma, el soberbio montaje (especialmente en la escena de los cuervos en el patio del colegio) consigue cotas de anticipación al horror que ya quisieran para sí muchos directores de hoy en día. Sin embargo, lo que más llama la atención de este filme es la total ausencia de banda sonora (que he llegado a ver erróneamente acreditada a Bernard Herrmann, cuya labor consistió en supervisar los efectos de sonido). En su lugar, Hitchcock juega con el silencio para generar prolepsis, y con los sonidos amplificados y distorsionados de los aleteos, graznidos y chillidos de los pájaros durante sus ataques, con la clara intención de provocar incomodidad e irritación.
Definitivamente, se te quitarán las ganas de darle de comer a las palomas en el parque…