Hace unas semanas comentaba que normalmente de cara a una ceremonia de premios, especialmente si se trata de los Oscars, los llamados biopics suelen ser un imán para los votantes que funciona muy bien, al fin y al cabo, interpretar a una figura conocida suele ser un regalo para el actor o actriz elegido y una forma fácil de cosechar elogios. Sin embargo, la fórmula de hacer un biopic no siempre es infalible, y el ejemplo de que esa fórmula no siempre funciona se encuentra en la película de hoy, que ha tenido que conformarse con una única nominación a mejor fotografía. Os hablo de María Callas.
Situada en Paris en la década de 1970, la historia sigue los últimos días de María Callas, aquellos en los que prácticamente vivía recluida en su apartamento, rememorando sus días dorados sobre los escenarios así como su tormentosa relación con Aristóteles Onassis y luchando contra sus inseguridades mientras para el resto del mundo seguía siendo una prodigio.
Al estar Pablo Larraín detrás de la cinta, se puede decir que junto a Jackie y Spencer se trata de la tercera película en su filmografía centrada en una mujer de sobra conocida por el gran público pero que está más interesado en mostrar las sombras que las luces, el sufrimiento o calvario al que se vieron sometidas en un momento particular, alejando así un poco de la estructura tan medida y manida del biopic. Y si bien para esta ocasión prefiere centrarse en los últimos días de la Callas, la estructura del filme a través de varios recursos hace flashbacks a momentos claves en la vida de la gran diva, por lo que esos flashbacks se vuelven más interesantes para comprender a la María del presente, para ejemplificar hasta cierto punto que los días de gloria del pasado son mejores que la realidad donde el tiempo no tiene clemencia con nada ni con nadie.
Pero esa estructura que mantiene la película con los flashbacks, ya sea por las escenas oníricas con un vistoso despliegue técnico, por las escenas más mundanas en las que se ve a María con las personas que conoció a lo largo de su vida así como las complicadas relaciones interpersonales a las que tuvo que hacer frente o el propio estado mental en el que se encuentra María donde es difícil discernir lo imaginario de lo real, el truco pierde su efectismo muy pronto, de modo que los espectadores a la primera antes que ella entienden lo que esta sucediendo y ese recurso termina volviéndose reiterativo una vez que se descubre la verdad. Aunque al mismo tiempo sirve para darle más profundidad a María y para poner de manifiesto sus percepciones sobre sí misma y las contradicciones entre lo que dice y lo que piensa, o mejor dicho, sobre lo que se atreve a decir.
Si bien la decisión de situar la acción durante sus últimos días de vida supone poner a María contra las cuerdas y enfrentarse a sus demonios de manera literal y metafórica, queda la sensación de que para Larraín es más importante reconstruir el Paris o para alguna otra ocasión la Europa de la época a través de la escenografía, del vestuario y de la fotografía donde mezcla el blanco y negro con los interiores donde apenas se cuela la luz o donde el foco es exclusivo para María que la de contar desde el detalle la tragedia del personaje, de hacer al público participe de su tragedia y en definitiva, de conectar con el personaje para que importe su conflicto. Como en las anteriores películas de Larraín centradas en personajes femeninos célebres, siempre sobre sus personajes hay un velo de frialdad, de surrealismo que los rodea y que los hace extraordinarios y hasta cierto punto inalcanzables, pero al menos en sus anteriores trabajos al estar situados en un momento crucial a pesar de la frialdad la empatía se podía dar con más facilidad.
Y aunque la estructura no siempre termine de funcionar, es innegable la entrega total de Angelina Jolie en el papel de la Callas. El dolor que lleva consigo a lo largo de todo el metraje es palpable fruto del maltrato sufrido a lo largo de los años y pese a haber cosechado un éxito que ni ella misma podría haber imaginado. Quizás donde mas brilla ese compromiso con el personaje y con la película son aquellas escenas donde se sube al escenario sola, con sus dudas, sin querer demostrar nada y al mismo tiempo queriendo hacerse notar que la gran diva de la ópera sigue bien presente para terminar de desnudar su voz y exponerse, para terminar de gritar su tragedia y su injusticia de la mejor y única forma que sabe, sintiéndose en casa arriba del escenario y derrochando esa pena con su chorro de voz.
En su afán por ser un biopic más convencional y a la vez uno que parte de un momento María Callas clave termina quedándose en tierra de nadie, pero desde luego que por la espléndida interpretación de su actriz protagonista y por todo el trabajo de recreación que hay detrás merece la pena darle una oportunidad.