A la hora de tratar historias en cuyo núcleo están las sectas, no es de extrañar que generalmente sean auténticas películas de terror con un alto componente psicológico. Quizás es un poco menos vistosa la vertiente de mostrar historias con un enfoque más dramático, dejando casi el horror en segundo plano o como algo mucho más insidioso pero igual de interesante. Aunque con toda la maquinaria del cine indie estadounidense que tiene historias de todo y para todos, la cinta de hoy podría formar parte del catálogo del segundo grupo, incidiendo más en el drama más sosegado pero una vez rascando la superficie se ven profundas heridas.
Martha es una joven que atormentada por sus recuerdos y sus actos consigue escapar de una secta para volver a casa con su hermana Lucy y Ted, el marido de su hermana. Pero por mucho que Martha intente adaptarse a la vida que llevan su hermana y su marido, más propia de la clase media alta, sus vivencias de la secta están muy presentes en su día a día, hasta el punto de que su paranoia hace que sea difícil distinguir el mundo real de las pesadillas.
Resulta cuanto menos curioso que el filme comience en el momento que Martha decide romper con todo y salir de la secta, en medio de una encrucijada sin que el espectador tenga ni un solo indicio de dónde viene ni de a dónde va. Al principio esa decisión narrativa puede ser frustrante, pues inevitablemente pone a Martha en una postura distante, y las grietas comienzan a resquebrajarse una vez le toca convivir con Lucy y Ted. Más allá de su mirada perdida y su postura corporal de parecer que físicamente se encuentra en otro lado, tampoco hay mucho por lo que alarmarse aparte de una actitud retraída. Pero poco a poco, a través de los pequeños detalles como una risa nerviosa que convierte una charla casual en una situación más incómoda, un comentario que puede contener sarcasmo se transforma en una brutal crítica, una respuesta agresiva y muy premeditada a una pregunta genuina (y una que por otra parte el público está deseando oír) o simplemente un estilo de vida algo más liberal frente a la forma tan recta y de apariencia que puede tener la clase más acomodada van a causar choques cada vez mayores.
Y cuanto más se va asomando el publico al mundo interior de Martha, la narrativa del pasado en la secta y del presente en una vida relativamente normal se van trasponiendo, las sutiles pero muy efectivas transiciones entre lo imaginario y la realidad se dan de la mano para seguir indagando en el trauma de Martha, la puesta en escena si bien sencilla con mucha luz natural, tonos blancos, y planos sostenidos pero en los que en cualquier momento la peor de las tragedias se puede cernir sobre los personajes, con una atmósfera similar a la de la filmografía de Haneke que pese a lo pulcra y sencilla, hay algo que está fuera de lugar y va a acabar atestando tal golpe que va a sentar como el peor de los puñetazos. Sin embargo, la decisión que toma Sean Durkin a la hora de mostrar la violencia no es tan incómoda como la del realizador austríaco, sino que la va dosificando, la va sugiriendo y finalmente casi que es mayor el impacto por técnicas psicológicas como el gaslightning o la presión de grupo que cualquier muestra de violencia física.
De este modo, caminando entre dos mundos, la exploración del trauma es lo que mueve la película. La propia respuesta hacia el trauma hace que esos recuerdos se vuelvan borrosos, confusos, de modo que Martha en cierta forma se vuelve una narradora poco fiable y a la película no le interesa arrojar luz sobre sus vivencias, pues prefiere acrecentar la sensación de paranoia de Martha de que aunque ella físicamente este fuera de la secta, lleva consigo a la secta a donde quiera que vaya, algo que se acentúa especialmente en el último acto de la cinta donde esa paranoia y esos efectos secundarios llegan a su cénit como lo ha hecho el filme durante todo su metraje, de manera sutil pero dejando ese incómodo poso de duda.
Por supuesto en las cintas indies suele brillar bastante el trabajo de su reparto, normalmente reducido, y esta ocasión no es la excepción. Elizabeth Olsen como Martha se mueve en una fragilidad muy medida, una bomba de relojería andante que a base de pequeños temblores y de silencios autoimpuestos la oscuridad asoma. Y habría que destacar también a Sarah Paulson como Lucy, la hermana mayor de Martha, un personaje que si bien satisfecho con su vida y sus logros está cargado de reproches hacia su hermana y hacia sí misma como una más que convincente hermana mayor, una que considera que siempre puede hacer más y que tiene la responsabilidad de cuidar de ella.
En apariencia la película cumple con todos los tics de un drama independiente estadounidense, pero no se puede negar que aunque inofensivo, el poso que deja una vez ha terminado se mete de lleno en el cuerpo.