Aquellos más cercanos a mí saben bien de mi aversión a la Navidad y cada año deseo con más ímpetu que pase más temprano y con los menores contratiempos posibles. Pero al final la cabra tira al monte y dentro de un género tan preferido por mi parte como es el terror, de cara a Navidad siempre se encuentra algo que ver o algo con lo que pasar un buen rato. Aprovechando las fechas, justo he puesto fin a una eterna pendiente, aunque los resultados no sean los mejores.
En la Nochebuena de 1971, Billy es testigo de como un Papá Noel asesina a sus padres. Años después, Billy durante las vacaciones da Navidad sufre un brote psicótico fruto de su trauma infantil y a causa de su severa crianza en un orfanato católico, se embarca en una sangrienta matanza disfrazado como Papá Noel.
Si por casualidad alguien decidiera hacer una cápsula del tiempo para explicar como se hacia el terror en los 80, en especifico los slashers, aquí encontraría el ejemplo perfecto. Los títulos de crédito con influencia casi de los dibujos animados, la banda sonora con su leitmotiv de cuerdas y percusión distorsionadas y con reverberación que remite a Viernes 13, el uso de zooms muy pronunciados o de fotogramas congelados por aportar dramatismo e impacto, la idea de que el sexo y la violencia están directamente relacionados, de modo que el primero siempre se va a saldar con el segundo; las muertes caricaturescas de aquellos que se cruzan en el camino de Billy, poniendo a prueba la credibilidad del espectador y de la situación en sí o por encima de todo, la total y completa falta de vergüenza de todos los implicados en el filme, algo que de manera inevitable hace que la película sea camp.

Indagando un poco más en su valor como historia de décadas pasadas, es igualmente interesante asomarse a ella desde el punto de vista más sociológico. Con ello me refiero a que parte de la forma que tiene Billy de actuar respecto a su trauma es a través de figuras externas que creen firmemente en la disciplina, el castigo físico, y, en definitiva, la violencia. Esto no es exclusivo del orfanato donde pasa la mayor parte de su infancia y que, por tanto, condiciona su forma de ver el mundo si son los únicos estímulos que ha recibido, sino que es aplicable a todos los personajes que de una forma u otra aparecen en pantalla que su forma de actuar es en base a la violencia. Por supuesto la Madre Superiora del orfanato es el mejor exponente, pero también el compañero de trabajo de Billy, Andy, ejerce un acoso verbal y físico en su puesto de trabajo como si se creyese más poderoso que el resto; o una pandilla de bullies cuyo pasatiempo es el de ensañarse con sus pobres víctimas. Todos ellos, como bien recalca Billy de forma tan cómica, merecen en estar en la lista negra de Papá Noel y recibir su merecido.
Y aunque se le pueda sacar este jugo de este interesante contexto, en ningún momento hay que perder de vista que se trata de una historia sin mayores pretensiones que la de ofrecer un generoso bodycount ambientado en la Navidad. Ya sea de manera voluntaria o involuntaria, el resultado es innegablemente cómico, incluidas las interpretaciones que tan solo son correctas. Robert Brian Wilson como Billy refleja bien esa sensación de estar entumecido en vida debido al trauma para luego dar el vuelco con una sutil diferencia y clavar la mirada de un psicópata. Y si me gustaría romper una lanza a favor de Gilmer McCormick como la Hermana Margaret, el único personaje que ofrece un mínimo de luz o una pequeña oportunidad de alternativas en esa espiral de violencia.
En líneas generales, es un slasher camp muy hija de su tiempo que para Navidad funciona bien con su propósito.











