Paris, Texas
Cuando leí el argumento de Paris, Texas (Wim Wenders, 1984), no me pude sentir menos atraída por él: Walt (Dean Stockwell), un empresario de Los Ángeles, recibe una llamada informándole de que su hermano Travis (Harry Dean Stanton), desaparecido desde hace años, ha sido encontrado en mitad del desierto de Texas, incapaz de articular palabra. La película se centra en el viaje de vuelta de ambos a Los Ángeles para reencontrarse con Hunter, hijo de Travis y que ha sido criado por Walt y su mujer durante todo ese tiempo. Desde ahí, Travis iniciará otro viaje, esta vez para reunir al pequeño con su madre, Jane (Natassja Kinski), la esposa a la que abandonó y que ahora se gana la vida en un peep-show en Houston.
Había llegado hasta este filme a través de los chicos de Doble Sesión (un podcast que sin duda os recomiendo), y las ganas de escuchar el monográfico, afortunadamente, vencieron mis reticencias iniciales. Y digo afortunadamente, porque al oír los primeros compases del tema principal de su banda sonora (que l@s de mi generación asociamos al mítico programa Documentos TV) y admirar esas primeras imágenes de un desvalido Harry Dean Stanton vestido con traje y corbata y tocado con una gorra roja en mitad del desierto, me arrellané en el sofá intuyendo que iba acompañar a ese personaje donde quiera que me llevase.
De la mano de Travis, conseguí abandonar el desierto de la evasión, repasé los caminos de la culpabilidad y la vergüenza, me empujaron a encontrar mi perdón y el de aquell@s a l@s que dañé en el pasado, y emprendí un ciego viaje hacia la redención.
Y a través de sus ojos, contemplé la América de los contrastes, de desiertos y ciudades, de moteles de carretera y casas con vistas, de prósperos hombres de negocios y mujeres que se ganan la vida convirtiéndose en objetos decorativos, de un sueño por alcanzar lo más alto que en la mayoría de los casos terminará con tus huesos en el fondo del abismo.
Y esto es posible gracias a un portentoso Wim Wenders que consigue sacar lo mejor de sus actores (especialmente del citado Harry Dean Stanton y de Natassja Kinski), que exprime cada fotograma para dotarlo de todo el simbolismo posible y ayudar así al espectador a descubrir, capa a capa, todos los sentimientos, pensamientos y la profunda crítica al sueño americano que subyace bajo la aparente simplicidad del argumento. La banda sonora, a cargo de Ry Cooper, se funde con el metraje de forma magistral y termina de completar un retrato de los Estados Unidos que por desgracia aun hoy sigue vigente.
Debo advertiros, sin embargo, que Paris, Texas no es una película apta para todos los paladares. En ella, los silencios son tan importantes como los diálogos y ambos concentran un volumen de significado y una carga emocional que puede resultar abrumadora (lo que en mi caso se tradujo en una llorera del quince). De igual forma, su ritmo es conscientemente lento, necesario para descubrir (y digerir), tal saturación de información, pero desaconsejable si lo que se busca es un subidón de adrenalina o un mero entretenimiento.
Paris, Texas se alzó con la Palma de Oro del Festival de Cannes y el BAFTA a la mejor dirección, entre otros premios.
Si os animáis con su visionado (podéis encontrarla en el catálogo de Filmin), o si sois de aquell@s que ya lo han disfrutado, os recomiendo escuchar el monográfico de Doble Sesión, que incluye un análisis a fondo y multitud de curiosidades sobre esta obra de culto.