Qué bello es vivir

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Qué bello es vivir -Reseña del clásico de Frank Capra

Arranca nuestro especial de Navidad de Filmfilicos, esa época del año en la que, aunque uno no sea precisamente fan de los villancicos ni de los jerséis feos, el cine tiene la buena costumbre de ofrecernos historias que calientan un poco el ánimo. Y si hablamos de películas que han sobrevivido generación tras generación, pocas lo hacen con tanta naturalidad como Qué bello es vivir. No porque sea “navideña” (que lo es, pero de aquella manera) sino porque toca ese punto débil que todos tenemos escondido, ese que nos recuerda por qué el cine puede ser, todavía, un abrazo cuando hace falta.

No voy a negar que volver a ella es como reencontrarse con un viejo amigo: el que no ha cambiado tanto, pero al que ahora entiendes mejor. Y quizá por eso funciona tan bien década tras década.

Sinopsis de Qué bello es vivir

La película, dirigida por Frank Capra en 1946 y basada libremente en el relato “The Greatest Gift” de Philip Van Doren Stern, nos presenta la vida de George Bailey, interpretado por un magistral James Stewart en uno de esos papeles que parecen hechos a medida. George es un hombre que, desde pequeño, sueña con recorrer el mundo, construir cosas grandes, vivir algo más que la rutina de su pequeño pueblo, Bedford Falls. Pero la vida se encarga de desviarle una y otra vez: responsabilidades familiares, un negocio que sostiene a la comunidad, decisiones que siempre acaban poniendo a los demás por delante.

Es un camino lleno de renuncias. Y, claro, llega un momento en el que todo eso pesa. Ese punto de quiebre es donde aparece Clarence, un ángel de segunda (Henry Travers) enviado para evitar que George cometa una locura. ¿Cómo? Mostrándole cómo sería el mundo si él nunca hubiera existido.

En paralelo, tenemos también a Donna Reed como Mary, tan luminosa y empática que sostiene la película sin necesidad de grandes discursos, y una galería de personajes secundarios que, aunque sencillos, dibujan un pueblo vivo, reconocible, casi familiar.

Qué bello es vivir (1946)

Análisis: emociones, personajes y la verdad incómoda que esconde la película

Una de las cosas que siempre me ha fascinado de Qué bello es vivir es que su aura de “clásico amable” engaña. La película, en realidad, tiene un núcleo muy duro: habla del peso de las expectativas, del desgaste emocional, del valor silencioso de las decisiones que no salen en las fotos, y del sentimiento (tan humano) de pensar que uno no ha logrado nada importante.

No es casualidad que George Bailey sea uno de los personajes más universalmente queridos del cine. No es un héroe; es alguien que se frustra, que se cansa, que pierde la paciencia, que se queda atrapado en la vida que no imaginaba. Y, aun así, sigue adelante.

El trabajo de Capra es impecable a la hora de plantear este conflicto, y la interpretación de Stewart es una lección de matices: la alegría contenida, la ironía amable, la angustia que no sabe dónde colocarse. No hacen falta artificios; lo que hay es pura humanidad.

A nivel visual, la película aprovecha el blanco y negro para amplificar esa mezcla de nostalgia y amargura. No sé si es el contraste de luces o la propia textura del celuloide, pero hay momentos en los que parece que la fotografía te acaricia, mientras otros te clavan la mirada.

Capra construye una historia sencilla, pero emocionalmente enorme. Y es fácil identificarse: ¿quién no ha sentido alguna vez que su vida va por un camino distinto al que imaginaba? ¿Quién no se ha preguntado si sus decisiones importaron realmente? La película no responde con moralina ni con grandes lecciones; responde con una idea muy humilde: tu vida toca a otras vidas más de lo que crees.

Que bello es vivir (It´s a wonderfull life)

Reseña de Qué bello es vivir: cuando el cine te recuerda por qué lo amas

Lo que más me gusta de esta película, sobre todo al revisitarla con los años, es que gira entorno a algo que el cine, en sus mejores momentos, hace como ninguna otra cosa: poner en palabras (y en imágenes) lo que cuesta decir en voz alta.

No es una película “navideña” en el sentido comercial de luces, regalos y gente feliz por sistema. De hecho, la Navidad es casi un pretexto. Lo que late en el fondo es una reflexión sobre la identidad, la pertenencia, el valor real de lo cotidiano.

Y quizá por eso mantiene su vigencia hoy: vivimos en una época donde abundan las comparaciones, donde parece que siempre hay que conseguir algo más, ser alguien más, tener una vida más espectacular que la de al lado. La película le da la vuelta a esa lógica y te recuerda que existe un éxito más silencioso, más íntimo, más honesto.

Esa emoción profunda es la que hace que, cada vez que vuelvo a ella, me reconcilie un poco con lo que el cine puede significar. No porque te cambie la vida, sino porque te la recuerda.

Qué bello es vivir no solo es un clásico por su relevancia histórica, sino por algo mucho más difícil de lograr: sigue hablando de nosotros. Nos gusten más o menos estas fechas, la película tiene un impacto emocional que trasciende cualquier adorno navideño. Es un recordatorio de que las pequeñas acciones importan, de que nadie está tan solo como cree, y de que encontrar luz en la oscuridad es, a veces, cuestión de mirar desde otro ángulo.

Es cine del que deja huella. Del que vuelve. Del que te acompaña sin pedir permiso.

LA NOTA DE FILMFILICOS

EN POCAS PALABRAS

Un clásico que sigue emocionando: humano, profundo y atemporal. Una película que te recuerda por qué seguimos viendo cine.

4,5
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Autor/a

Makelelillo (AKA Rafa Mollá)

Descripción: Disfruta del cine como un niño de un juguete nuevo. Odia las películas que comienza a ver con una cierta expectación y que va descendiendo conforme avanza, pues se convierten en algo infumable, no tiene pelos en la lengua a la hora de opinar y nunca se censura nada. Autobiografía: Aunque no soy especialista en nada en concreto, me gusta bastante incordiar y reirme de casi todo... y hablar de cine claro. Frase: “Te pierdes en los detalles”.

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