Quiéreme si te atreves
Con un parecido innegable a El fabuloso destino de Amélie Poulain, el francés Yann Samuell, firma su primera película Jeux d’enfants (Juego de niños) con la reconocida canción de Edith Piaf “La vie en rose” en diferentes versiones y despliega en la pantalla colores brillantes que con el paso del tiempo se van haciendo más y más opacos.
En cuanto a la forma, la cinta está realizada a manera demasiado teatral, que no es necesariamente algo negativo, sólo que es muy repetitivo en el cine francés. No propone nada nuevo en cuanto a la utilización de colores, que, a pesar de ser muy bella, se queda en lo básico, en todo lo que ya hemos visto antes y muchas veces detona un aspecto publicitario que llega a ser molesto.
La historia se desarrolla en un universo casi surrealista pero el tema que aborda y la manera en que lo hace es demasiado real. Todo empieza con un juego: “capaz o no capaz”, donde dos niños se colocan retos divertidos, fortaleciendo su amistad a medida que juegan.
Dicho juego perdura hasta la edad adulta, cuando ya no parece ser tan divertido, donde todo cuanto se hace, se esconde bajo la excusa del mismo. Sus sentimientos comienzan a crecer y los retos se vuelven venganzas que buscan tapar lo que realmente sienten el uno por el otro. Después de todo, parece que es el único juego que jugamos de adultos, ese de hacernos daño. Las bromas que se hacen para intentar ganar se hacen cada vez más fuertes, jugando con la vida e incluso tentando a la muerte para probar los sentimientos de la otra persona.
Es una linda historia que a través de este “capaz o no capaz”, nos enseña que el amor siempre es y será un juego de niños imposible de ganar, que probablemente nunca crecemos realmente cuando se trata del amor, que quizás, lo único que cambian son las condiciones del juego y con ello, lo que sentimos al respecto, donde las reglas se vuelven cada vez más complicadas y absurdas, y donde la necesidad de ganar se torna imperante.
Dos personajes, interpretados por Marion Cotillard y Guillaume Canet, que evidentemente desean estar juntos, pero que se dejan llevar por la rutina, la cotidianidad, el miedo y el silencio, transformando algo que puede ser hermoso en una pieza demasiado dramática sin necesidad de serlo, y destruyendo así todo aquello que ni siquiera han construido, justamente por ese miedo a no llegar a hacerlo.
El discurso del film está exento de toda responsabilidad y razón, porque ese es el discurso del amor, un sinsentido constante que gobierna nuestras acciones en muchos casos. Se nos muestra escenas de besos durante sus vidas que nunca sucedieron, poniendo en evidencia aquello que pudieron ser pero que no se atrevieron.
La conjugación entre el amor y el miedo es lo que hace de este sentimiento un juego, y es lo que busca realzar Samuell en esta historia protagonizada por dos actores que en el momento del rodaje eran simples conocidos, quienes años después, se reencontraron para formar una familia en la vida real. El amor como propulsor de acciones y el miedo como freno de las mismas, la cobardía como señal de “alto” a la hora de sentir. Es un círculo vicioso donde se siente mucho pero al final no se hace nada con ello. El miedo es el elemento que nos impide cerrar los ojos y lanzarnos.
La única manera de no perder este juego es que ambos ganen y la única manera de ganar en el amor es que ambos mueran, la cual es la salida más inteligente a este ciempiés tan ilógico que se representa muy bien en la cinta. Todo termina siendo un juego sádico y pervertido, que comienza inocentemente para luego volverse adictivo y no poder salir de él. No querer salir de él. Pues, ese es el amor.
Al final, ellos fueron capaces de todo, menos de dejarse.