The Grandmaster
Lejos queda ya esa dulce experiencia que resulta ser Chungking Express. Una historia de encuentros, desencuentros y casualidades bañada por la nostalgia del recuerdo de Faye, aquella joven soñadora y viajera, aquella chica juguetona que andaba por la vida como dormida en el más alegre y profundo de los sueños.
En este caso el adjetivo lejano es usado en la más pura de sus acepciones, es decir, describiendo a cualquier objeto o persona que ha quedado atrás en el tiempo. En ningún caso se usa con la más mínima intención peyorativa puesto que, si se hiciera, seria concurrir en una descripción nada acertada.
La última propuesta que nos llega del director Wong Kar Wai (2046, My Blueberry Nights), que se estrena el próximo 10 de enero, The Grandmaster, poco tiene ya que ver con la película anteriormente mencionada. Escasos paralelismos se podrían tejer entre ambas, a excepción quizás del juego con el tiempo y la persona de Tony Leung unos de los actores fetiche del realizador. Película a película Wong Kar Wai ha ido evolucionando hasta llegar a la cumbre, por el momento esperemos, que es lo que parece ser esta película. Una cumbre, una meta conseguida y sobrepasada.
La historia gira en torno a Ip Man el maestro de artes marciales que entrenó a Bruce Lee y de su vida antes, durante y después de la invasión japonesa sobre territorio chino que se produjo a finales de los años 30.
Varios son los aspectos que destacan en la película pero sin duda el que más atrayente resulta es la fotografía. La imagen es realmente apabullante. Moviéndose casi permanentemente en tonos oscuros se logra dar una luz singular con la textura y la intensidad de los blancos destellantes que complementan esta oscuridad predominante. Tonalidades que bañan todos y cada uno de los espacios de la película de forma penetrante. Negros y dorados visten las paredes de “La casa del placer” de majestuosidad así como nieblas humeantes o lluvia cubren espacios testigos de las más bellas luchas coreografiadas.
Es soberbio el modo en que el director retrata los espacios y también lo es la visión que nos ofrece sobre las artes marciales. Las peleas que se producen a lo largo del relato son magistrales y de un tinte estético innegable. Pero lo que cala más hondo es el prisma bajo el que dichas artes son reflejadas. Un prisma que es el pilar fundamental de cualquier arte marcial. El honor. Los códigos de honor bajo los que se mueven los protagonistas ofrecen una perspectiva que va mucho más allá de la simple pelea o intercambio de golpes.
Otro elemento que resulta imposible de obviar es el tiempo. Se dilata hasta el extremo, palpita en cada plano, se hace intensamente presente bajo la forma de una influyente red que domina al espectador sumergiéndole por completo en la historia.
Pero la intensidad no se refleja sólo en el tiempo o en la fotografía sino que también podemos encontrarla en el cuerpo de los protagonistas. Concretamente en sus movimientos. Las largas horas dedicadas al adoctrinamiento en artes marciales por parte de los actores dieron su fruto y la ligereza, la inmediatez, la sutilidad con que se mueven, principalmente, Tony Leung y Zhang Ziyi, junto a sus magníficas interpretaciones, conforman una parte más del ensueño del conjunto. Un conjunto silencioso, majestuoso, sin apenas diálogos, salvo los necesarios. Un conjunto que se ve rematado por el sentimiento único que Wong Kar Wai sabe representar. Un sentimiento que bien puede verse concentrado en una sola imagen que dibuja una lágrima perdida, rodando por una blanca mejilla. Sin excesos ni dramatismos. Sólo la esencia de ese sentir.
Todos estos elementos hacen que The Grandmaster sea un más que notable eslabón en la filmografía del director. Una joya fílmica entregada para degustar con la mirada.
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