La película un Verano en diciembre forma parte de mi especial de verano (¿casualidad? no lo creo) y la vi con la curiosidad encendida y disfrutando cada fotograma.
Sinopsis de Verano en diciembre
En una casa familiar de Madrid, Teresa (Carmen Machi) vive rodeada de cuatro hijas: Carmen (Bárbara Lennie), Paloma (Victoria Luengo), Noelia (Irene Escolar) y Alicia (Beatriz Grimaldos), más su suegra Martina (Lola Cordón), nonagenaria con demencia senil bajo su cuidado. En el aniversario del fallecimiento del padre, toda la familia se reúne y, como suele pasar, eso solo trae sobre la mesa tensiones, rencores pequeños, historias que pican como sal en la herida… y, de fondo, ese amor que late por debajo, aunque a veces se atragante.
Análisis cercano, con aroma a sobremesa en casa de mi abuela
Carolina África (sí, lo del nombre ya suena a fuerza teatral) adapta su pieza de teatro con sensibilidad, sin aspavientos. El guion se sostiene desde la autenticidad: los diálogos chispean, pero también duelen, como esos chistes familiares que solo se entienden si los has vivido.
Carmen Machi está inmensa como Teresa, una madre que lleva el peso familiar y emocional con nostalgia contenida. Bárbara Lennie y Victoria Luengo logran que sus lados “rebelde” y “cuidadora” vibren con autenticidad. Irene Escolar aporta esa pincelada de ausencia, de hija que se fue y que está conectada por videollamada, y su presencia, aunque breve, deja huella. Y la abuela Martina… ver a Lola Cordón es un regalo continuo: roba cada plano en el mejor sentido posible.
La atmósfera es una extravagancia en tonos cálidos y contra luz que convierte la cocina en un mapa emocional donde convergen enfados, silencios, remedios caseros y migas compartidas (o reprimidas). Visualmente no aspira a pasar a la historia, pero el espacio doméstico parece respirar y escuchar a sus habitantes.
Una de mis ramas favoritas: que la película es más teatro filmado que cine demencial, y eso está bien. No es cuento épico, es cuento contado alrededor de una mesa, como esas charlas que empiezan con un café y acaban resolviendo, o no, veinte problemas del mundo.
Opinión y ramificaciones
Lo que más disfruté es sentir que estaba viendo pedacitos de distintas familias: porque cada uno tiene una “Noelia” o una “Martina” en su vida, ¿verdad? Verano en diciembre te engancha con eso, con la vida real, con lo que no se dice, con esa comedia que se cuela sin que te des cuenta… incluso si suena a guiño de guion televisivo.
El paso entre la comedia cotidiana y el drama emocional está bien medido. No te da bofetadas de lágrima, pero sí pellizcos. Me hubiera gustado un poco más de garra visual o narrativamente, pero creo que lo que se gana en humanidad lo compensa.
Verano en diciembre es una comedia dramática que tiene más de espejo doméstico que de cuento para el cine. No te regala giros espectaculares, pero te pega esa mirada honesta que hace que sientas ganas de escribir a la directora para decir: “como tú, yo también”. Una propuesta sincera, imperfecta, cálida.
La pasión por contar historias así es lo que hace que, aunque luego hable de alienígenas o superhéroes, nunca pierda el gusto por lo humano. Y eso es suficiente razón para verla.