Arsénico por compasión
Después de haberos hablado en mi anterior reseña de Con faldas y a lo loco, no he podido resistirme a dedicar la de hoy a Arsénico por compasión, otra de mis comedias favoritas, que sigue haciéndome reír tras incontables visionados tal y como lo hizo la primera vez que la disfruté.
Dirigida por el gran Frank Capra, y basada en la obra de teatro del mismo nombre, Arsénico por compasión nos cuenta la historia de Mortimer Brewster (Cary Grant), un crítico teatral que ha sido criado por sus dos tías solteras (Josephine Hull y Jean Adair), a las que va a visitar tras haber contraído matrimonio con su vecina Elaine (Priscilla Lane). Lo que el pobre Mortimer no puede imaginarse, y termina descubriendo en su visita, es que sus dos encantadoras tías tienen una extraña forma de practicar la caridad cristiana. Si a esto le sumamos un familiar (su tío, interpretado por John Alexander) que cree ser el presidente Theodore Roosevelt, un hermano criminal fugado de la cárcel (Raymon Massey caracterizado al más puro estilo Boris Karloff) y su borracho cómplice (Peter Lorre), el resultado es una comedia desternillante.
El carácter teatral de Arsénico por compasión es innegable. La mayor parte de la acción transcurre en el interior de la casa de las tías, con fugaces escenas en el exterior (el taxi que espera a la pareja de recién casados en la calle o el frontal del cercano hogar de Elaine). En el salón de la casa cada detalle de la decoración ayuda a reforzar la imagen entrañable de ambas mujeres, hecho que contrasta vivamente con los sucesos que tienen lugar en su interior y que refuerza el desconcierto que se apodera de nuestro protagonista.
Si bien el trabajo de Priscilla Lane como la joven novia queda algo desdibujado, ya que es consciente y constantemente apartada de la trama principal, el resto de los actores conforma un plantel perfecto, complementándose para provocar la carcajada en el espectador. Cary Grant libera su vis cómica como en ninguna otra película, con gestos tan expresivos que rayan la sobreactuación pero que funcionan a la perfección para crear complicidad con el espectador. De alguna forma, su trabajo recuerda al de las comedias de cine mudo, en las que la expresión corporal de los actores era determinante para hacer llegar la mayor cantidad de información al otro lado de la pantalla.
La actuación de las tías rezuma naturalidad y afabilidad incluso a pesar de sus “inclinaciones filantrópicas”, pero sin duda los que hacen frente (argumental y actoralmente hablando) a Grant son Massey y Lorre. El primero aporta un toque terrorífico y un peso escénico (por su porte, dicción y por supuesto sus líneas de guión) que resultan determinantes para distanciar la historia del estilo más amable de otras películas de Capra (como ¡Qué bello es vivir! o Sucedió una noche). La ambigüedad propia de Lorre, con un físico bonachón y casi risible pero capaz de dar vida a los personajes más enfermizos (como ya lo hizo en M, el vampiro de Düsseldorf), lo convierte en el compañero de fechorías perfecto para esta comedia tan atípica.
Capra confiere un ritmo ágil al filme sin que éste resulte atropellado. De esta forma podemos conocer mejor a los personajes y paladear las distintas situaciones en las que se ven metidos. Sin florituras de cámara pero con un manejo portentoso de la iluminación y las sombras (especialmente en los planos de los antagonistas), el director nos regala un filme equilibrado e indudablemente eficiente a la hora de divertir al espectador.
Es cierto que el humor suele ser hijo de su tiempo, que lo que hoy es motivo de risa mañana puede serlo de indiferencia o incluso de indignación. Pero si algo tiene Arsénico por compasión en su mayor parte es un carácter atemporal y universal, que sigue funcionando a pesar de las décadas transcurridas desde su estreno en 1944 (y de su rodaje en 1941, ya que los estudios tuvieron que esperar a que la obra teatral fuera retirada de Broadway para poder distribuirla).
Si todavía no la habéis visto… ¿a qué estáis esperando?