Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades
La autoficción es el género del cine en el que el director de la película se inmiscuye en la trama de la misma y se convierte en el personaje principal. Es lo más cercano a un autorretrato en el séptimo arte y así como en la pintura, cada autor sabe darle propia personalidad a su obra. Alejando Gonzáles Iñarritu, uno de los más celebrados directores mexicanos de los últimos años, dibuja un relato de sí mismo en Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (2022), título que tuvo su estreno en el Festival de Venecia y ahora se encuentra en la plataforma Netflix.
Bardo es una película que borra la línea entre realidad y ficción. Su personaje principal, Silverio Gama, es un periodista mexicano celebrado por sus pares en Estados Unidos y en su propio país de nacimiento. Es un inmigrante que ha pasado los últimos 20 años en un país que nunca termina de ser suyo y esta tensión de nacionalidades se convierte en un propio personaje dentro de su imaginario. El alter ego de Gonzáles Iñarritu es un ser en permanente conflicto consigo mismo, con sus recuerdos, con sus nociones nacionalistas, con su nostalgia patriotera y con la latente sensación de sentirse un extranjero en la tierra que lo vio nacer y en la que lo ha acogido junto a su familia.
El drama del migrante está reflejado en largas escenas de confrontación a la construcción de algunos conceptos históricos del país del tequila, todos cargados de ironía y fuerte sentido de crítica. El film captura perfectamente ese vómito de nociones y las convierte en lenguaje cinematográfico onírico donde el cine es el mecanismo de catarsis. Lo visual explota el folclorismo mexicano de las élites y de la forma de entretenimiento colorido y por momentos invasivo de una cultura con fuerte aliento de resentimiento a quienes han dejado la patria.
El otro gran elemento de Bardo es la familia de Silverio Gama. El círculo familiar de Gama está marcado por la tragedia de la muerte de un hijo recién nacido, sin embargo, hay un vínculo profundo entre Silverio y su esposa, sus hijos, su padre muerto y su anciana madre, también con sus hermanos y dentro de ese conjunto los amigos de la niñez. Para Gonzáles Iñarritu nadie queda al aire, todos deben ser considerados y cada uno aporta desde su posición a la definición de Silverio Gama, como individuo resultante de todas estas relaciones. Es en estos momentos donde el tono de la película encuentra sus mejores momentos y esa dosis de amor termina definiendo la imagen que queda de Silverio.
El estilo del film es de cámaras en permanente movimiento, como hizo Gonzáles Iñarritu en Birdman (2014) donde hay una sensación de persecución a los personajes. El uso de planos extensos también ayuda a esa sensación onírica y por momentos de pesadilla, como en The Revenant (2015). La fotografía está muy bien cuidada, resaltando las fuertes tonalidades de la identidad mexicana y con un espectro absorbente como en Amores Perros (2000). Hay que destacar la soberbia actuación de Daniel Giménez Cacho como Silverio, llena de todo el licuado de emociones que tiene su papel y cargado de una sensación de grandeza y humildad al mismo tiempo. Es un hombre perdido en su propia historia.
Bardo está cargada de algunas verdades y también de varias mentiras, pero nada de eso importa cuando uno entra a un viaje de imaginación permanente. La gran referencia de esta cinta es 8 ½ (1963), la obra maestra de Federico Fellini. Ambos títulos usan al séptimo arte para testimoniar la mentalidad de sus autores, con la libertad del lenguaje visual y la imaginación, con concesiones y exageraciones para que la realidad y los sueños se confundan.