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Crash | Filmfilicos, blog de cine

En unos tiempos en los que cada vez parece que hay una menor cantidad de estrenos llamativos en las carteleras del mundo, es de agradecer que de vez en cuando se de la oportunidad a los reestrenos. Tanto si se es neófito como si se quiere dar un revisionado, es la oportunidad perfecta para adentrarse en películas de culto, como es el caso de la cinta de hoy: Crash.

Basada en la novela homónima de J. G. Ballard, cuenta la historia de James Ballard, un hombre que se ve envuelto en un accidente de tráfico al chocar su coche con el de Helen. Sin embargo, después de la colisión, James empieza a desarrollar una extraña parafilia relacionada con el mundo automovilístico, y será Helen quien le adentre en un submundo de coches, sexo y muerte.

Hablar del cine de David Cronenberg es tratar con películas que seguramente no sean del gusto del público masivo por las emociones tan viscerales que causan. Tienen un componente hipnótico en el que se presentan ante los ojos del espectador situaciones e imágenes muy grotescas, tanto que pueden llegar a saltar las alarmas de la incredulidad, pero de las que uno no puede apartar la mirada y una vez finalizada la cinta es inevitable que esa imágenes se queden incrustadas en el cerebro, para bien o para mal. Evidentemente esta no es ninguna excepción. La simple idea de mezclar accidentes de coche y sexo ya es difícil de digerir, y ni hablar de que en otras manos menos hábiles el resultado habría sido desastroso, y sin embargo la malgama entre lo grotesco y lo fascinante que consigue el canadiense es digna de admiración.

Crash

La primera escena es una advertencia sobre lo que uno se puede encontrar, una simbiosis entre el deseo sexual y el propio coche. Porque al final es esa parafilia la que mueve el relato y la que conduce tanto al espectador como al propio James a un mundo que jamás podría haber imaginado. Y si bien es cierto que esa simbiosis entre dos elementos tan diferentes se prolonga a lo largo de todo el metraje con más propósitos estéticos que narrativos, la parafilia podría haberse quedado en un elemento meramente estético, superficial y que fuese lo único que condujese la película con el objetivo de generar morbo. Pero en realidad Cronenberg no deja de lado su gran obsesión, que no es otra que el body horror, pues la exploración que hace del cuerpo, de sus extraños y particulares fetiches y de la asociación de ideas entre los vehículos y el sexo no deja de ser otra disección de hasta qué punto se puede deformar el cuerpo humano.

Pero tampoco se reduce a un mero análisis corporal con la meta de impresionar o de mostrar grandes cantidades de sangre, sino que sirve también como radiografía de una sociedad que ya está enferma. En esa sociedad las personas viven en sus apartamentos grises, con la única vista a una autopista cada vez más masificada por coches, donde la gente se mueve por y para sus egoístas beneficios y/o pulsiones sin importar a quién puedan llevarse por delante y donde se ha perdido cualquier sensibilidad o respeto. Y todo ello acompañado de largos planos secuencia en torno a los personajes, de una atmósfera plomiza en la que se puede sentir el olor a carrocería, resaltando mucho el tono pesado que envuelve al filme y una banda sonora obra de Howard Shore a base de guitarra distorsionada que casa muy bien con ese ambiente urbano y decadente que le sienta como anillo al dedo al conjunto.

Hay que admirar también la valentía de todos y cada uno de los actores involucrados en un proyecto de estas características. No porque tengan entre manos unos personajes con multitud de capas, sino por el trabajo físico y la total entrega a sus instintos más primarios que parecen tener en todos los fotogramas. Personalmente, más allá de la compleja pero interesante relación que manejan los personajes de James y Catherine, interpretados respectivamente por James Spader y Deborah Kara Unger, llama la atención el personaje de Vaughan, interpretado por Elias Koteas, pues es el paradigma de lo enfermizo que resulta ese mundo tan oscuro que han presentado y de como se avanza a pasos más agigantados hacia un mundo cada vez más inmunizado hacia el dolor, tanto ajeno como personal.

Crash

Tal vez lo único que le reste méritos para ser una película sobresaliente es que llega un momento en el que tanto impacto bien construido empieza dar signos de flaqueza, dado que de tanto que ha ido escalando las situaciones comienzan a ser reiterativas e incluso pueden sentirse gratuitas, como si en algún momento, si se me permite la expresión, alguien se hubiese pasado de frenada.

Bajo ningún parámetro se trata de una cinta que se lo quiera poner fácil al espectador, y es muy probable que su ritmo, sus rarezas e incluso su propio argumento supongan casillas rojas para mucho público. Pero si uno está dispuesto a abrocharse el cinturón con firmeza y si tiene apetito de experiencias poco convencionales, seguramente aquí encuentre un viaje como ningún otro.

 

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