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El hombre sin pasado | Reseña de la película

Hay ocasiones en las que no es solo conveniente, sino necesario tomarse un pequeño respiro, dejarse llevar sin mucha pretensión y en definitiva, dejar reposar el cerebro. Aunque ese reposo venga más relacionado con ver una película que a su manera haga pasar un buen rato a base de intrigas y golpes, y quien mejor que los coreanos para ofrecer un espectáculo a la altura de mis preferencias. Os hablo de El hombre sin pasado.

Tae-shik trabaja en una casa de empeños y es un hombre bastante recluido salvo por la presencia de So-mi, su vecina de 10 años del edificio. Esta extraña pero pacifica convivencia se tensa cuando Hyo-jeong, la madre de So-mi que trabaja como bailarina en un club, decide robarles la droga a unos mafiosos y esconderla en casa de Tae-shik. Al descubrirlo los mafiosos secuestran a Hyo-jeong y So-mi. Pero lo que este grupo no tiene en cuenta es el misterioso y oscuro pasado de Tae-shik, quién hará lo que sea necesario y más para rescatar a So-mi.

Solo con el planteamiento me ha resultado inevitable no acordarme de Venganza o más en concreto de John Wick, por mucho que esta última sea posterior. Pero con el género y la idea terminan las similitudes. Y es que a pesar de que pueda ser una historia que se haya visto infinidad de veces, la cinta logra tener la suficiente personalidad para mantener atento al espectador desde el primer minuto, con un inicio que se mete de lleno en la acción y con el que no engaña a nadie. Tras un primer vistazo, da unas breves pinceladas para establecer las relaciones entre los protagonistas y para generar ese necesario vínculo con el espectador, dejando un pequeño poso para la maraña que se va a desentrañar casi sin tregua. Con estos pequeños detalles, la película va consiguiendo un equilibrio entre la acción, el thriller y unas dosis de drama que se irán revelando a su debido tiempo.

La manera en la que va aportando información resulta bastante inteligente, pues lo que uno podía suponer como cierto se transforma en algo mucho más temible, sea cual sea la situación, de modo que se incrementa el interés y la tensión va in crecendo una vez que ya están a la vista todas las cartas y tan solo queda jugar con ellas. La crueldad de la mafia, el contraste entre las calles de los barrios más humildes frente a la opulencia de los más adinerados, así como los tonos grises de los primeros en contraposición a los blancos inmaculados y dorados de los segundos o el por qué Tae-shik y So-mi tienen ese vínculo son algunas de las piezas, que, nuevamente, no resultan novedosas en particular pero que suman al conjunto del filme y son elementos con los que jugar tanto de manera estética como narrativa.

El hombre sin pasado

Aunque todo sea dicho, la mejor carta de la película es la acción y la forma que tiene de filmarla. El montaje dependiendo de la localización, las armas o los oponentes en cuestión puede ser más milimétrico o menos limpio, resaltando unas peleas de cuerpo a cuerpo más intensas con una sensación de realismo nada glorificada, sino de pura brutalidad. Y es de admirar que no se corte con la violencia en ningún momento, donde cada golpe suena, donde cada balazo y cada navajazo se clavan en la carne y donde la sangre y la casquería empapan la pantalla sin ningún pudor y sin nada que envidiarle a ninguna producción anglosajona.

En cuanto a los actores, hay que destacar la calma que posteriormente pasa a ser una ira muy contenida de Won Bin, el encargado de dar vida a Tae-shik. Como se va transformando a lo largo de la película de un hombre solitario y misterioso a una persona imparable capaz de llevar a cabo brutalidades con la sangre muy fría y con un objetivo muy determinado pero noble en mente. Y su personaje destaca por sí solo en un mundo donde hasta la persona más amable tiene rasgos de crueldad exagerada, en un submundo donde casi parece que se disfruta a la hora de infundir dolor y donde cualquiera diría que la locura ha carcomido las psiques de varios personajes de distintas y escalofriantes formas.

Mi mayor pero está relacionado con el segundo acto, donde si bien hay un necesario bajón del ritmo, esto se produce porque el conflicto deja de ser tan sencillo y va ramificándose en algo mucho más complicado que, a mi parecer, no tendría porque complicarse tanto, por mucho que a posteriori pueda quedar más justificado y sepa darle un cierre muy emotivo por todo lo alto que, después de tantas palizas, sienta como un bálsamo.

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