Los Asesinos de la Luna
La reciente filmografía de Martin Scorsese presta bastante atención a episodios importantes de la historia de Estados Unidos desde un punto de vista crítico y que terminan revelando el lado oscuro de la construcción de “país más poderoso del mundo”. En El Irlandés (2019), la vida de Frank Sheeran se entrelaza con el fortalecimiento del movimiento sindical liderado por Jimmy Hoffa, manchado de sangre y alejado de cualquier pretensión socialista. Por su lado, El Lobo de Wall Street (2013) es una despiadada y adrenalínica visión del mundo del mercado de valores en Nueva York. Los Infiltrados (2006) se concentra en la corrupción inmersa en el propio cuerpo policial. Pandillas de Nueva York (2002) y, para todos los efectos, La Edad de la Inocencia (1993) son visiones románticas y al mismo tiempo crudas sobre la construcción de Nueva York como una metrópoli de ambiciosos migrantes.
En Los Asesinos de la Luna, la capitalización y “modernización” de la Nación Osage a partir del descubrimiento de pozos petroleros en sus regiones es analizado como un periodo de ambiciones, falsedades sociales y mucha violencia disfrazada de una supuesta aceptación cultural. El abrazo entre estos dos mundo está relatado entre intrigas familiares y conspiraciones con tufillo de exterminio racial. Scorsese perfecciona su estilo filmográfico caracterizado por un ritmo vibrante y atractivo, aunque a diferencia de Buenos Muchachos (1990), en esta cinta hay mayor espacio para la introspección de los personajes.
Algunos han criticado que la película se relate desde el punto de vista de los blancos y no de los indios, sin embargo, creo que hasta esta aproximación está calculada por el director, quien entiende que la historia la terminan relatando los vencedores. Es, además, la ambición de los “colonizadores” la que tiñe de sangre cada dólar que fluye de los pozos petroleros. Cada episodio que va desenredándose en la trama termina construyendo una sensación asfixiante de normalización de la injusticia.
Fiel a sus mejores títulos, Scorsese no se reserva el pudor de mostrar una realidad escalofriante y para ello no son necesarias escenas sobrecompuestas o un énfasis en el acto violento mismo, sino en la psiquis del usurpador. Es el estudio de personalidad de una etapa histórica que muchos quisieran olvidar.
Los colaboradores conocidos de Scorsese vuelen a demostrar su mano profesional. La fotografía de Rodrigo Prieto está cargada de tonos opacos y grises, es por momentos decadente en su composición y probablemente le termine valiendo, merecidamente, ese Oscar esquivo. La edición a cargo de Thelma Schoonmaker es simplemente perfecta y precisa, mantiene acelerada la atención cuando corresponde sin perder la sensación de estar inmersos en una historia real. La música del fallecido Robbie Robertson, con tonos de bluegrass, funciona como estimulante y como acompañante. Mientras que el trabajo de producción es impecable en su detalle, reconstruyendo toda la era hasta en lo más mínimo.
El trabajo actoral se sostiene en los tres protagonistas, que son Ernest Burkhart interpretado por Leonardo DiCaprio en su sexta aventura con Scorsese, William Hale interpretado por Robert De Niro en su décima colaboración con el director y Mollie Burkhart interpretada por Lily Gladstone. Los dos primeros son los rostros detrás de la ambición. DiCaprio construye su rol a partir de lo físico; Ernest es torpe, con una mandíbula que lo obliga a tener un acento raro, está esmerado en simpatizar y para ello es capaz de dejarse dominar. Su actuación concentra esa lucha permanente de conciencia que Scorsese ha retratado tantas veces. Mientras que el Hale de De Niro es inteligentemente cínico, su carisma esconde precisión. El actor, por fin, se aleja del exceso y su actuación es mesurada e increíblemente calculada y calculadora. La Mollie de Gladstone es el corazón la historia, su presencia es espiritual, imponente dentro de sus silencios y sus miradas que parecieran esconder un mundo o varios mundos dentro de sus ojos. Son tres grandes actuaciones que merecen toda la atención posible en la temporada de premios. El reparto tiene varias actuaciones pequeñas que funcionan como un gran engranaje y sí, Brendan Fraser sobreactúa y por poco termina arruinando parte de la película.
En sus más de 3 horas de duración, Los Asesinos de la Luna cuenta una historia que necesitaba ser contada, pero además, concentra los elementos más puros del lenguaje cinematográfico, demostrando que Martin Scorsese es el director de cine más importante en el mundo de los últimos 50 años.