El indomable Will Hunting
El deber de construir un personaje para el teatro me llevó a ver una película que me he negado a ver durante años. La razón es simple y tiene nombre y apellido: Ben Affleck.
No podía creer que uno de los peores actores que he visto fuese capaz de escribir una obra sublime y oscarizada, dos adjetivos que no siempre van de la mano, véase el caso de la recién ganadora del Oscar a Mejor Actriz, Emma Stone, quien no tiene absolutamente nada de sublime, y que sin embargo, ha sido la ganadora. Terrible.
Así que El Indomable Will Hunting no estaba en mi lista de películas por ver, todo lo contrario, temía fuertemente perder tiempo de mi vida viendo algo realizado por Ben Affleck y además tener que soportarlo en la pantalla…pero cuan equivocada estaba.
Esta cinta, que personalmente me parece que escapa de todas las oportunidades para ser una buena película, ha logrado conmoverme. Dichas razones, o lo que he llamado “oportunidades” son demasiado subjetivas, debo recalcar. Empezando porque ha sido escrita, como he dicho, por Ben Affleck y Matt Damon, actores desconocidos en aquél momento a quienes hubiese preferido no conocer jamás y un Gus Van Sant que se atreve a ser demasiado común, dejando su lado arriesgado e insólito para calibrarse a los estándares de Hollywood. Razones suficientes para el fracaso de cualquier película si me preguntan, pero el extraordinario y hermoso guion de la cinta me dio una bofetada, enseñándome una enorme lección: nunca subestimes a los que parecen y actúan como…Ben Affleck.
Un joven superdotado (Matt Damon) de capacidades para desarrollar complejos problemas matemáticos trabaja como conserje en una prestigiosa universidad de los Estados Unidos. Cuando pasa frente a dichos problemas que se encuentran en las pizarras aún sin resolver, lo hace con increíble facilidad, hasta que es pillado por un profesor (Stellan Skarsgard) y es cuando éste intenta hacerle entender que debe hacer algo con ese don y no simplemente desperdiciarlo. Por otras razones, este profesor lo llevará a ver a un psiquiatra (Robin Williams), y es allí donde la verdadera historia comienza.
Affleck, en un modesto pero importante papel, quien debo aceptar -aunque mis dedos se nieguen a escribirlo- lo hace muy, muy bien o por lo menos es creíble, cosa que nunca vemos en ninguno de sus roles. Matt Damon es genial en el papel protagónico, haciendo de su película aún más suya, respirando su personaje principal, dejando brotar por sus poros cada una de las sentidas palabras de un guion que se hace más y más poderoso con el correr de los minutos.
Robin Williams en un papel paradójicamente inspirador y lleno de vida, tal como lo hizo en El club de los poetas muertos (1989), es sencillamente perfecto. Su mirada perdida y voz calmada, hacen de la cinta un retrato romántico sobre la voluntad del hombre de hacer algo valioso con su vida. Pero sin embargo, el personaje que me dejó sin habla desde el inicio fue el del magnífico Stellan Skarsgard, en su rol de genio frustrado. Y por supuesto, la agradable sorpresa de encontrarme con un Casey Affleck adolescente, quien muestra desde sus inicios una veta de ganador.
La obra más accesible de Gus Van Sant, en algunos casos excesivamente dramática y rosa, pero dirigida de una manera sabia, muestra cómo un buen guion puede hacerlo todo. No necesita de grandes elementos para poder transmitir ese sentimiento de identificación con el dolor y la búsqueda constante de hacer de nuestra vida una que valga la pena, que es algo que se nos recuerda con cada escena. Es una hermosa película que abre paso a una verdadera introspección y reflexión acerca de nuestras decisiones. Es íntima pero sin ser íntima al estilo de Van Sant, cosa que me decepciona un poco, sin embargo, es una película que merece ser vista con los sentidos atentos y el corazón abierto.
La Academia no se equivocó –esta vez– en otorgar el premio a Mejor Guion Original en 1998 a Matt Damon y Ben Affleck. Y el Oscar a Mejor Actor de Reparto a Robin Williams. A veces los Oscar no lo hacen tan mal.