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La niebla | Filmfilicos, el blog de cine

Si hablábamos del género de terror en la literatura el nombre de Stephen King no necesita presentaciones. Son incontables las criaturas, los personajes y las pesadillas surgidas de la mente del escritor estadounidense que han sabido hacerse un hueco dentro de la cultura popular. En parte esta proliferación colectiva de sus historias se debe a las frecuentes adaptaciones, tanto para el cine como para la televisión aunque con resultados irregulares. Aprovechando que ha comenzado octubre y que Halloween se acerca, es el momento perfecto para volver a ver una de las películas más recordadas basadas en un relato homónimo suyo. Os hablo de La niebla.

La historia se sitúa en un pequeño pueblo de Maine, donde una tormenta veraniega lo arrasa todo a su paso. A la mañana siguiente la tormenta se ha ido tan rápido como llegó y un grupo de lugareños opta por ir al supermercado a abastecerse de provisiones. Pero lo que parecía una tarea sencilla no tardará en complicarse cuando una espesa niebla lo envuelva todo, matando a todos aquellos que se aventuren a salir al exterior.

Uno de los primeros detalles que llaman la atención a aquellos que tengan la vista más espabilada son los cuadros que David, el personaje principal, tiene en su estudio durante la primera escena antes de que llegue la tormenta. El primero es un retrato de Roland Deschain, el protagonista de la saga La torre oscura también de Stephen King, que pone de manifiesto el respeto y conocimiento de Darabont por el escritor y su obra (no en vano previamente había adaptado Cadena perpetua y La milla verde con excelentes resultados) además de dar alguna pequeña pista a los más familiarizados con las novelas de King. Y el segundo es un póster de La Cosa, la conocidísima cinta de John Carpenter que claramente es la principal influencia de la propia película tanto en temática como en el tono.

La niebla

Con estas leves pinceladas que se dejan caer nada más empezar, uno puede tener ciertas intuición por donde va a ir la trama. Pues una vez puestas todas las piezas sobre el tablero, la angustia va creciendo de forma paulatina, pues esa misteriosa niebla que va aislando a los clientes del supermercado del mundo exterior, tan blanca y densa, como si literalmente hubiese salido de otro mundo es una forma de ese miedo tan intrínseco a la oscuridad, o mejor dicho, del miedo a lo desconocido que puede haber en la oscuridad. Sin embargo, hay ocasiones en las que es conveniente dejar volar la imaginación y que el cerebro recree todo tipo de escenarios catastróficos, porque solo a veces lo que depara la realidad es mucho más aterrador. Y es que los monstruos que salen de la niebla están sacados de la peor pesadilla de body horror que uno pudiese imaginar, causando todo tipo de estragos entre ese pequeño bastión de “civilización” que es el supermercado y regalando algunas imágenes grotescas propias de dicho subgénero, donde el terror adopta todo tipo de formas y se deforma por completo. Y si bien el diseño de todas las criaturas se nota trabajado y hecho a efectos prácticos, su implantación en pantalla gracias a los efectos digitales lastra el resultado final, haciendo que por momentos resulte más cómico de lo que debiera.

Y aunque el terror a lo desconocido y posteriormente a los monstruos sea la gasolina que prende la mecha ante una situación límite, en las mejores historias de King los peores monstruos no tienen un origen sobrenatural, sino que son los propios humanos (algo que Frank Darabont también exploraría notablemente de forma posterior en The Walking Dead) y esta ocasión no es la excepción. De hecho, ver el filme en la actualidad le da un nuevo enfoque después de los acontecimientos de 2020, donde un encierro ante la incertidumbre no hace más que sacar lo peor de la gente a la superficie. El abanico de reacciones es amplio y familiar para todos, desde el grupo que busca mantener la calma y espera algún tipo de salvación próxima cuya esperanza va mermando conforme pasan las horas, el grupo que por mucho que tengan pruebas de algo extraordinario sucediendo delante de sus ojos son completamente incrédulos y buscan ante todo una explicación racional o el grupo que considera que todo lo que está ocurriendo es un castigo divino, que solo los que piensen igual que ellos son dignos de salvación y no dudarán en usar métodos peligrosos para poner su bienestar por encima de todo. Por si fuera poco, el hecho de que la película en ocasiones está filmada con mucha cámara en mano, generando planos secuencia y haciendo hincapié en las expresiones de los personajes contribuye a la sensación de angustia y aislamiento, tanto por los monstruos que les esperan en el exterior como por el ambiente tan caldeado que van generando ellos mismos dentro del recinto, y crea un realismo muy turbio.

La niebla

Con tan amplio y diverso reparto, es encomiable el trabajo que hacen todos resultando creíbles en todo momento, estallando como bombas de relojería ante los mínimos imprevistos y demostrando a medida que avanza el metraje de la película que tanto quedarse como salir afuera son dos ideas suicidas. Pero siendo realistas, hay dos actores que son los que ofrecen las actuaciones más memorables: Marcia Gay Harden como la Señora Carmody, quien representa la peor vertiente del fanatismo religioso exacerbado creyendo que en el fondo está obrando bien cuando bajo cualquier prisma racional está retorciendo las palabras de la religión para sus propios intereses y causando mucho daño; y por supuesto Thomas Jane como David, el padre de familia que se ve envuelto en todo el embrollo sin pretenderlo y que casi de un instante a otro debe convertirse en héroe para su hijo y para volver a casa con su mujer. Y su escena final es el más vivo retrato del dolor y una persona rota con el que no hacen falta palabras para describir el shock que supone.

Y hablando del final, si bien el relato está muy bien adaptado a la pantalla en cuanto a la trama, los personajes, las vertiente del terror más sobrenatural y la más humana o incluso frases calcadas de las páginas y en definitiva, la esencia está presente, su ya mítica escena final es un puñetazo nihilista como pocas veces se han visto que casa algo más con ese sentimiento de angustia y desesperanza que se va gestando a lo largo de la historia que en el relato original y lo lleva al siguiente nivel con un cierre inolvidable que demuestra que por mucha oscuridad que haya, jamás se debe perder la esperanza, pues los verdaderos horrores ocurren cuando esta ya se ha ido.

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