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La trampa

Otra cosa no, pero si algo ha demostrado Shyamalan durante toda su carrera es que sabe hacerse notar, para bien y para mal. Todo sea dicho, los argumentos de sus películas a priori resultan curiosos y desde mediados de la década de los 2010s parecía haber vuelto cuanto menos a ser un realizador competente. Y su nuevo trabajo en teoría seguía esa buena estela, porque hay que ser sincero, el pitch de ¿Y si El silencio de los corderos sucediese durante un concierto de Taylor Swift? funciona como un tiro.

Cooper y su hija Riley acuden al concierto de la estrella pop del momento, Lady Raven, un evento que ha agotado todas las entradas disponibles. Pero Cooper no tarda en notar que hay mucha más presencia policial de lo habitual. Y es que el concierto se ha planeado cuidadosamente como una trampa, ya que un asesino en serie apodado El carnicero va a asistir como espectador al evento.

A pesar de la espectacular premisa, el mayor miedo que puede generar es si la idea puede alargarse tanto para dar lugar a un largometraje. Ciertamente hay ambición, y a Shyamalan hay que reconocerle que a la hora de generar tensión y saber mantenerla de forma prolongada es todo un maestro. Los ojos de Cooper van explorando de forma frenética todo lo que pasa en el interior de ese concierto, las patrullas de Policía comprobando a cualquier hombre que pueda encajar con la descripción del asesino, las entradas y salidas comunes del recinto, las puertas reservadas solo para el personal cualificado o los lugares comunes de los trabajadores del evento. Toda oportunidad es buena para escapar en un juego del gato y ratón que cada vez parece ponerle más la soga al cuello a Cooper en medio de un concierto pop, donde la mayoría del publico son adolescentes que tan solo han ido a ver a su cantante favorita, que quieren pasar una tarde memorable y que no están al tanto de lo que realmente está ocurriendo a su alrededor.

El primer y el segundo acto que tienen lugar en el concierto además de crear esa tensión tan propia del director y de ofrecer numerosas escenas cómicas, ya sean voluntarias o involuntarias, tienen como principal objetivo el conocer un poco la forma de proceder de Cooper. La cinta revela más o menos pronto su verdadera identidad, por lo que se plantea una dualidad curiosa. Por un lado es un padre que en el fondo quiere hacer todo lo que esté en su mano para que Riley recuerde ese concierto de modo pletórico, aunque en muchas ocasiones prime su propio interés de salvar el pellejo. Y por otro lado, es un asesino capaz de cometer auténticas atrocidades, actuando con un grado cercano a la psicopatía con una sangre fría implacable con tal de mantener su vida como padre de familia intacta. El propio Cooper es consciente de que vive dos vidas completamente separadas, y todos sus esfuerzos son para mantener esa delicada barrera entre el hombre y el monstruo. Durante la mayor parte del metraje ese empeño por mantener el delicado equilibrio, Cooper se muestra como una persona inteligente y resolutiva, casi siempre teniendo que improvisar ante los numerosos inconvenientes que se le presentan y yendo un paso por delante del FBI y las fuerzas especiales, convirtiéndolo en un adversario muy digno.

La trampa

Por ello el tercer acto puede generar todo tipo de reacciones. Si bien Shyamalan sigue construyendo gradualmente la tensión y manejando la cámara con soltura, la actitud de Cooper se vuelve mucho más violenta, como si parte de su carácter visto con anterioridad hubiese sido un espejismo que amenaza con hacer estallar por los aires gran parte de la credibilidad construida. Y si el asesino protagonista se había mostrado como alguien con una capacidad para pararse a pensar detenidamente las situaciones antes de actuar, hay un detalle pequeño pero crucial para la resolución del conflicto donde esa capacidad de raciocinio, de ir siempre por delante de todos se viene abajo como un castillo de naipes, empañando gran parte de la tensión y derivando en una especie de intento de giro argumental que no termina de cuajar adecuadamente.

Dado que el filme sigue desde el primer minuto hasta el último a Cooper, desde luego hay que admirar la capacidad de Josh Hartnett para aceptar este papel, pues en todo momento gracias a los primeros planos se puede ver como la máscara entre padre y asesino está a punto de caer entre risitas nerviosas y varios tics faciales o como su tono de voz se va adaptando a los diferentes obstáculos, en un resultado tan temible como hilarante. Tampoco puedo hacer de lado al verdadero motivo por el que existe la película, que es la presencia de Saleka Night Shyamalan como Lady Raven, la estrella del pop que se comporta como tal, con un repertorio de canciones muy decentes y que cuando tiene que dejar la faceta de cantante e interpretar escenas cargadas de tensión por lo menos es muy competente, por lo que su bautismo de fuego y presentación ante el gran público como cantante y actriz se salda con buena nota.

No se trata de la mejor película de Shyamalan y está destinada a tener opiniones para todos los gustos, pero es innegable que con cada proyecto que hace logra llamar la atención y tener a críticos y público discutiendo sobre el resultado final, y en la mayoría de los casos con ideas originales. Por lo que a mí respecta, seguiré esperando bien atenta cada nuevo proyecto suyo.

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